Boda gitana

Ayer mis chukis aprendieron que los gitanos no viven en chabolas, roban y van sucios. Al menos no muchos de ellos. Fue gracias al magnífico programa documental de Cuatro Palabra de gitano. Los protagonistas eran adolescentes que empezaban a “ronear“. O sea, a ligar, y para ello se maqueaban unas cinco horas antes de salir. Ellos y ellas.

-Mamá, van pintadas y vestidas como chonis. ¿De verdad que son gitanas?

En la tele dos chicas de la edad de mi hija se miraban al espejo con satisfación y elegían los zapatos más altos de su armario. En el cénit de la secuencia, una de ellas levantaba su cama y podía verse un arsenal de cajitas llenas de bisutería de rabiosos colores. Ellas elegían y, tras ponerse una pellica hasta los pies (abrigo de piel en el argot de mi difunta abuela) se echaban a la calle.

Creo que la comunidad gitana se ha incendiado porque este mismo programa, la semana pasada, mostró la famosa ceremonia del pañuelo, la prueba de que las novias llegan mocitas al matrimonio. O sea, vírgenes. Un ritual algo salvaje que nos cuesta entender y que choca con los atuendos de hurí o sexy danzarina del vientre con que se visten las novias gitanas, como también pudo verse.

Palabra de gitano.Cuatro

A mis chukis les extrañaba el color, pero no el fondo. Nada dijeron del poder de los patriarcas, de que sean los padres los que abran la marcha camino del culto, camino de pedir la mano de la hija. Sí parecían sorprendidas de la metamorfosis de las mujeres. “Mamá, con quince tienen un cuerpazo y con cuarenta están hechas unas viejas gordas”.

También suscitó reacciones lo de “pedirse“. O sea, hacerse novios formales a los catorce o quince años, con la visita a la casa de la novia de toda la familia del novio. Al completo. “A partir de ahora yo podré dormir en casa de él y él en la mía, pero en habitaciones separadas. Quiero preservar mi pureza”, decía la chica. Mientras, en el salón las dos familias se abrazaban con ardiente familiaridad.

-Anda, que si con cada novio que has tenido hubiéramos montado ese belén en casa… sugerí a mi hija.
-No te pases, mamá, que han sido pocos. Menos que tú, por cierto…

Pero la secuencia más divertida fue la de ellos, los quinceañeros gitanos, con sus mejores galas camino del roneo en el centro comercial. Dentro del taxi descubren que el conductor lleva un frasco de colonia, y piden permiso para echársela.

-¿Qué marca es, Chanel de esa?
-No, Varón Dandi.
-Pues hala, a echarse bien.

Y lo siguiente eran ellos apuntando el espray contra sus caras, una dos, siete veces, mientras las chukis y yo nos retorcíamos de risa en el sofá.

Al final, la conclusión fue que los gitanos tienen sus normas y una manera solemne y lapidaria de ver el amor. Que ellas son dueñas de sí y mandan hasta que se casan y entregan su virginidad a un hombre que irá siempre dos pasos por delante, con el que tendrán hijos enseguida. Que raramente se separan. Que la familia es su pilar y su centro de gravedad. Que obedecen y respetan, pero mandan y a veces anulan a los suyos. Que son alegres y de la nada hacen un motivo para dar palmas. Que son dramáticos y aúllan en las tumbas de sus muertos.

Pero, lo que más me impresionó fue comprobar que a esa edad en la que mi hija mayor apenas se asoma al balcón de su vida, ellas parecen estar diciendo adiós para ser víctimas de su destino. Bueno o malo. Y lo aceptan. Al menos las chicas que salieron en el programa, nada marginales. Educadas y modernas.

Y esa ritual previo se llama llegamiento.

Y es una fiesta, y sin embargo me pareció muy triste.