España mañana será ¿republicana?

He tenido un sueño, como Luther King, pero blanco y destroyer. Abolíamos de golpe todas las instituciones inamovibles. De paso, nos cargábamos la obediencia debida, el sacramento de la confesión y la metafísica de Eduardo Punset. Esto último lo entiendo desde que anuncia pan Bimbo. No se puede pretender que te tomen en serio si entregas tu alma al diablo del bocadillo escolar.

Puestos a borrar, nos sobra uno de los tres ejércitos, las mantillas de Semana Santa y la letra del himno nacional. Las colas del INEM, el cine con doblaje y la laca de las señoras que aún van los jueves a la peluquería a levantar su frágil espíritu a golpe de cardado. Al diccionario,  la palabra culpa. Al hábito, el monje, y a la Unión Europea tecnócratas y figurantes de salón.

En mi sueño, digo, volvían las brujas y sus akelarres de furia y fuego, e iban pasando los taxistas malhumorados, las locas sin coartada y esa mujer de Agencia Tributaria que ayer me maltrató al teléfono. ¿No decíamos que Hacienda somos todos? No, señora, hay que prepararse mucho para desarrollar esa bordería displicente del que sabe cuántas multas le debes al fisco y quiere vengar su vida miserable con unas  zancadillas por teléfono.

He tenido un sueño abolicionista y acabo de despertar. Propongo que se cierren las taquillas del metro, la boca de los políticos huecos y el control de seguridad de los aeropuertos. El fin de las ofertas de empleo a precio de esclavitud, el algodón de azúcar y los contratos de amor. Los libros de autoayuda, el márketing del desconsuelo y las fajas color carne.

Y después, desnudos de cortezas vanas, señalemos a los intocables que escupen desde el balcón de su sangre azul ríos de tinta roja putrefacta.