Minichuki quiere un “vestido elegante” para la función de fin de curso. Cuando le pido que me explique qué entiende por elegante sólo acierta a señalarme el largo -por la rodilla- y un gesto de ceñirse la cintura. En el mundo del armario femenino a mi enana le faltan recursos y le sobra condescendencia.

Mi Chuki adolescente mira con desdén mis pantalones animal print (leopardo de toda la vida) y se atreve a llamarme “choni”. Le digo que considerando sus patrones de elegancia es casi un piropo. Tres generaciones de chicas en una misma casa dirimen qué es eso de la elegancia y por qué ha sido devorada por el estilo. Un término mucho más llevadero, más democrático y, por desgracia, más inalcanzable.

Las elegantes arriesgan poco, por lo general, instruyo a las chukinas. Las estilosas, mucho. Las primeras resultan aburridas, con esa manía de ir conjuntadas, no salirse del tiesto y, muchas veces, gastar una fortuna a cambio de seguridad. Las estilosas pueden asaltar el mercadillo y hacen magia con tres trapos. ¿Como Kate Moss?. Sí, chitinas. O como Laura Ponte. Esa mujer capaz de mezclar colores, formas y texturas imposibles y conseguir un efecto armónico, divertido…y sobre todo único.

En mi breve paso por Londres, hace unos dás, constaté con pena que el look de las mujeres british -las únicas que conservaban intacta su identidad de los embates de la aburrida globalización- se había diluido hasta perder sus contornos. Aquellos leggings, los labios fucsia, el leopardo y la cebra estampados y esas blusas de rutilante color pastel brillaban por su ausencia. Las londinenses que yo veía desde el autobús podrían haber sido despreocupadas berlinesas, estiradas parisinas o madrileñas modelo Puerta del Sol.

Vestir de uniforme es una derrota social. Una igualación de aristas que nos hace menos violentas y mucho más tediosas. Las cadenas de moda pronta tienen la culpa. Venga Zara, venga Mango, Blanco, H&M… Todas han conseguido aglutinar en sus estanterías mil propuestas a base de lo mismo. El resultado es que somos fierecillas domadas, el equivalente a una casa amueblada de IKEA de arriba abajo. Las tendencias street style nos han rescatado y nos han intervenido sin que nadie proteste ni haya un debate sobre la pérdida de identidad estética.

“La española es muy de chaqueta safari color cámel”, opina mi cuñada argentinísima. “Y el argentino de buen pelo”, le respondo. La mujer safari suele ir a la peluquería con regularidad y pocas veces deja que las uñas de los pies se descascarillen. El día que le da por coquetear con el rojo la caga, con perdón. Suele llevar zapatos y bolso a conjunto y considera que el twin-set es el súmmun de la elegancia.

Todo esto viene a que en el fondo me gusta que Minichuki se haga sus estilismos delirantes y los defienda con uñas y dientes. Que pase un buen rato seleccionando una camiseta, jeans y deportivas según unos patrones que no pasarían las normas ISO de nuestro barrio ni con manga ancha. Ahora toca un “vestido elegante” y me temo que va a entrar por el aro que sostienen sus  amigas, niñas más bregadas en el asunto de los lazos, las bailarinas y los vuelos al viento. 

Nos están convirtiendo en clones y el que avisa no es traidor. El siguiente paso será pensar lo mismo, defender las mismas ideas y hacerte amiga de una mujer safari con mechas finas. A partir de ahí…todo estará perdido.

Un nuevo movimiento punk. Eso es lo que nos está haciendo falta. Voy a ver cómo me sienta la cresta…