Últimamente he vuelto a las series y no puedo arrancarme de la piel cierta sensación pegajosa de culpa. Naturalmente, me inventé una coartada: “Es  una clase de inglés, pero divertida”, y de hecho cuando me despido de la familia rumbo a la cama con mi amigo MAC entre las manos, me siento un poco fugitiva y murmuro un “buenas noches, me voy a mi clase” muy poco convincente y aún menos salvífico. O Netflix o un libro, that is the question. Pero nunca se me ocurriría madrugar para ver “Dark” (que encima es en un inglés “muy alemán” :))), y sin embargo es un placer hacerlo para revisitar a mi Robert Louis Stevenson y hurgarle las tripas en busca de la certeza necesaria del día:

La primera obligación que todo hombre tiene en este mundo es pagar su billete; cuando eso ya está cumplido, entonces puede lanzarse a cuantas excentricidades desee. Pero no hasta entonces, debo insistir. Hasta entonces ha de hacer la corte asiduamente al burgués que lleva el monedero. Y si en el curso de estas capitulaciones desvirtuara su talento, entonces es que este nunca fue recio, y habrá preservado algo mejor que el talento: el carácter”. (“Escribir. Ensayos sobre literatura“. Ed Páginas de Espuma).

Carácter o talento. No se me hubiera ocurrido pensar en esta posible dicotomía. Pagar mi billete, lo primero. Ayer hablaba de eso con  U. delante de un desayuno que nos reunió después de algunos meses. Quedar para desayunar es mucho más fácil que hacerlo para comer o cenar. Requiere  ligereza e impulso, y dado que ambos somos Aries de catálogo, concertamos la cita en segundos y nos entregamos a ella con el alborozo de dos adolescentes que acaban de recibir la paga y el permiso para trotar por las calles sin rumbo. Mi querido U. es un teclado de piano movido por unas manos vivaces e invisibles. Siempre huele a deliciosos perfumes nicho, es artista y paga los billetes cumpliendo encargos que no siempre le llenan. Pero los hace con una alegría tal que no por autoinducida a veces podría calificársela de falsa. Cuando enhebramos el hilo del encuentro me descubre revistas, artistas o lugares que desconozco, y yo a cambio siento que le doy poca cosa. Juntos hemos pisado aeropuertos y perseguido historias para una revista que fue, y cada vez era un “planazo”. Y lo era, y nos entregábamos ambos con un entusiasmo tal que parecíamos dos becarios en su día de estreno. Y ya de paso teníamos largas conversaciones salpicadas de risas y de planes.

Ayer, digo, U. y yo hablamos de Stevenson sin nombrarle. Primero el billete, después las excentricidades que deseemos. Nunca comulgué con la figura del muerto de hambre que apuesta su destino a una novela, abandona su trabajo y se entrega a un proyecto que casi nunca le sacará de pobre. Hay casos heroícos y exitosos, desde luego. Pero el sentido común y el cuidado de la intendencia de un Aries es casi tan robusto como su arrebato por los comienzos o la querencia al rojo flamígero.  Y sin embargo el aire huele a promesa de futuro y veo indicios de esperanza en cada esquina. Escribe, maldita sea. Dosifica esas clases nocturnas, que nunca se te dio bien trasnochar. Cuida el billete y tonifica los dedos. Sin descuidar la sagrada economía, que es la madre del cordero como dice Robert Louis. ¡Ay si esto fuera el Renacimiento y nos rondara un mecenas!

De acuerdo, las Aries somos muy blanquinegristas. Muy de extremos. Muy tremendas. Y hay que tirar de las riendas de ese caballo desbocado y centrarlo. El caracter de mi bienamado Stevenson. Puedes leer, puedes escribir, puedes ganar dinero, puedes seguir con tus clases nocturnas de idiomas. Es enero y el calendario virgen por delante te da una ligereza sin mácula. Exprimir las horas, los segundos. Agradecer estos ratos de silencio rotos por el ocasional dolor de tripas de la nevera. Quedar para desayunar como festín social. Rematar la enésima barra de labios rouge. Apurar las urgencias.  Respirar y sorber al mismo tiempo (Manifiesto Unabomber).

PD. Fui a ver “Muchos hijos, un mono y un castillo”, el documental de Gustavo Salmerón  y me reí a carcajadas de loca pirulera aprovechando la oscuridad de la sala. Julita Salmerón es una Diógenes genial y una filósofa de la croqueta a la que hay que escuchar. Las familias numerosas bien avenidas (como la mía) se sentirán en algo identificadas. El caos, la resistencia, el humor como arma , los puñetazos a la individualidad, la desdramatización, las puyas… Ahora que lo pienso U. es también de familia numerosa y se le nota).