Mi querida Big-Bang:

Me pide mi autor favorito que le envíe la receta del salmorejo. No sabe con quién se las está jugando. “Verás, yo cada vez lo hago de una forma, con proporciones variadas en función de mi despensa y estado de ánimo, y siempre olvido algún ingrediente”. El resultado es un puro milagro si se parece a esa pasta suave y anaranjada que es un gazpacho venido a más y que, paradójicamente, lleva menos elementos.

Con las personas pasa lo mismo. Las hay estilo gazpacho, picantes y con propensión al exceso de vinagre, o estilo salmorejo, suaves pero tan contundentes por el plus de aceite virgen extra que tardas en digerirlas varias horas. Algunas se te presentan con toda su guarnición y de muchas te quedarías únicamente con el picadillo de jamón y huevo. Así, la cocina no es más que una representación de la vida con evidente sabor antropológico y un Almax cerca para las digestiones pesadas.

Pero el juego puede plantearse a la inversa. Dos mujeres avanzan por los pasillos solitarios de un supermercado abierto hasta el emanecer pero sin vampiros a la vista. Es de noche y la primera elige cuidadosamente dos bandejas de frutas frescas y limpias y una barra de pan con cereales. La segunda, sin dudarlo, se lanza a la lata de mejillones en escabeche, al queso más cremoso y a la barra de pan caliente y desintegral. ¿Cuál de las dos es más equilibrada? ¿Cuál se habrá pasado la noche digiriendo los mejillones rabiosos que, en su ansiedad, eligió mal y llevaban una salsa picante del demonio? ¿Es la mujer mejillón un epítome de los tiempos modernos devoradores? ¿No debería tomar ejemplo de la mujer manzana, que habrá dormido como un bebé sin los jugos alterados y con la conciencia tranquila?

De acuerdo, te lo he puesto muy fácil. Estarás pensando que la mujer mejillón es una amante precipitada que busca el placer inmediato, una negociadora que va al grano y no se detiene en cortar los cuadraditos de guarnición del gazpacho, sino que te tiende un pepino y te invita a morderlo sin más. Los hierbas lo llaman exceso de yang. Mientras que la mujer manzana, sin duda ying, se parará en los preámbulos y te hará sentir que eres el ser más importante del planeta, postergando su placer para una explosión dual, casi tántrica.

Lo dejo ya, que a esta disquisición le falta altura intelectual y le sobran ajo y tomate. Hoy no pienso devorar grasas trans ni picantes. Eso sí, lo mismo me da por el dulce. Debo aplacar mi yang con chocolate o yemas azucaradas o el día será un puro volcán en erupción contra el que todos los antiácidos del mundo parecerán inútiles. Mándame, si eso, una caja de manzanas para decorar el despacho de buenas intenciones. Y déjame ya, que la mujer salmorejo que me habita debe recordar la fórmula de la que está hecha y enviarla bien lejos…