“Soy el plan B del tío con el que salgo”, me dijo ella, y nos echamos a reír por no llorar.

En real life las parejas son de una imperfección que asusta. Para todo lo demás, Brad Pitt y Angelina Jolie, que acaban de anunciar su compromiso a la revista People, con anillo y todo. Un gesto que, habida cuenta la ristra de hijos que tienen juntos, me parece redundante e innecesario.

Mi amiga no está comprometida, salvo consigo misma, con una docena de causas y con lo que imagina. Y luego están ellos, los hombres que han ido desfilando por su vida. Desde que la conozco han sido no más de tres. El otro día me contó que, como comparte asistenta con su ex y su plan B actual, va de sobresalto en sobresalto.

“Tú no lo sabes, pero L. es mujer de muchos hombres”, escuchó la empleada de hogar al ex marido, y después soltó la fregona y se puso a llorar. Ahí podía haber quedado la secuencia si no fuera porque esta es una partida de billar a tres bandas, y le faltó tiempo para contárselo a mi amiga, que se sintió molesta. “Por mucho menos te despiden en cualquier trabajo”.

-Sí, chitina, pero ¿a quién se le ocurre compartir asistenta con los hombres de tu vida que, por cierto, para ser tan pocos te cunden una barbaridad…
-Es verdad, sí…
Y ya que lo haces, por lo menos presume de ser una Mata Hari para que ella lo cuente a los dos y sufran como tiñosos.

La madre de otra amiga mía no soporta que su hija sea siempre la que deja a los hombres. Secretamemte querría verla con el corazón roto y despechada, víctima del abandono y con la lección aprendida: más vale casarse que abrasarse. Pero es sabido que la Biblia nunca acertó demasiado en lo que a relaciones sentimentales se refiere, y ahí está la pobre María Magdalena llorando por las esquinas porque Jesús no la hizo suya. Porque fue un Plan B en toda regla, y el destino la ha condenado al menosprecio de los curas y de sus homilías.

Cierta mujer que conocí presumía de tener “fijos discontinuos”. O sea, amantes que entraban y salían de su casa, de su cuerpo, de su corazón. Ella lo contaba como un planazo, pero se adivinaba la tristeza saliendo por las costuras de su relato. Esos hombres parecían efebos de película diseñados para amarla hasta la extrema unción y desaparecer dejando su nevera vacía. Me pareció muy triste. Ser el plan B de un tipo es doloroso, pero serlo de muchos debe ser insoportable.

No hace tanto conocí a otra mujer que amaba a un hombre, deseaba a otro y era la musa de un tercero. Su precario equilibrio sentimental se tambaleaba cada vez que uno de ellos dejaba de seguir el guión que le correspondía. Al final, decidió quedarse sola y sin anillo, pero a veces imagina que los tres se vuelven uno y es como Brad y Angelina, “pero sin las tetas de ella, claro, y sin ese hijo siniestro de la selva”.

Cada plan B., desde luego, requiere un antidoto. Mi amiga L. ha desarrollado el suyo para sufrir un poco menos: “en esta relación estoy siempre con el check out listo”.

Lo malo del check out es que siempre sabe a despedida y la imagen de una mujer en el vestíbulo de un hotel, con la maleta a los pies, que mira hacia la calle me parece muy Hopper y muy melancólica. Aunque me la creo mucho más que esas red carpet donde Brad y Angelina se miran con impostada pasión. Lo mismo se casan porque han empezado a ser el plan B de sí mismos.