“Aspiro a una soledad

sin tapujos,

con muchísimo olvido

de fondo”.

Ajo es micropoetisa y hace irónico striptease cardiovascular. Con esas credenciales le hubiera puesto un like en su página de Facebook -acabo de hacerlo-. El mérito del hallazgo es de M.J, que en uno de esos jubilosos paseos cuando me recoge del trabajo un día a la semana -esa cita de amor que es la amistad- me regaló un verso de la microautora madrileña, algo distorsionado: “Tanto sufrimiento para tan poco peligro“. Naturalmente, lo celebré a conciencia, pero el olvido es traidor y desalmado, de modo que hasta ayer estuve amnésica de Ajo. Hice mis abluciones literarias, salí a correr al trote, me regalé un desayuno con prensa en un café diminuto y claustrofóbico cerca de casa y me encontré con la hermana de M.J, que sin venir a cuento y tras los prolegómenos de una charla convencional de verano me recordó el poema. Como si me viera ansiosa de certezas, lírica de regresos, sudada de rencores.

También, en general, detecto

mucho miedo y poco peligro.

Ajo, micropoetisa

Qué claridad mental, qué desafío colgar en cuatro líneas asunto tan pesado, apuntalarlo.  Me parece que Ajo es una micropoetisa que envuelve el plomo en papel de celofán de colores y te lo tira a la cabeza, rociado de azufre y gas de la risa. Lo contrario a eso que hacen los hierbas con sus tofudiscursos: utilizar fanfarria de soja para contarte nada. Nada que ya no sepas. Blablabla disonante que no alimenta. Sin humor, sin nutrientes. Intelectoengrudo.

Me gustan las voces proteínicas. Y me gusta mi armario, libre de grasas y desorden después de haberlo desnudado para contar demasiados pares de zapatos. “No hay mundo para tanta suela”, reflexiono. (¿Es esto un microverso, señorita Ajo?)

De pronto me he encharcado de poetas. Josep Piella Vila me envía su libro “El Caminante de Hojalata” (Playa de Ákaba) con una dedicatoria que no traicionaré, salvo el final: “Después de todo, en el arte de aprender a perder reside el arte de aprender a vivir”. Lo tengo en la mesilla, lo voy administrando, extraigo los versos favoritos,  compongo un collage micropoema. Me apunto en un post it: “pedir permiso a Josep”. Me salto a la torera su permiso:

No existen las mesas para uno.  
Estoy a tantos kilómetros de nada. 
Un sueño tarda aproximadamente 32 horas en desangrarse. 

Desde la atalaya de su magnolio, D. me recomienda que lea dos textos. Uno de columnista moribundo y otra de economista afilado a quien conoce bien. ¿Y te gusta?, le pregunto. “Es el único escritor que me ha dedicado dos veces el mismo libro”, responde con ese humor flemático tan suyo que no trafica en verso pero te da la risa. Luego invento,  cadáver exquisito, unos versos muy libres por ahora, promesas del Otoño, llamaría:

Desestimar cualquier Eneagrama dos,
libre o con cargos.
Mejor los impares,
aunque se queden solos, tiritando.

¡Quema de libros, a las barricadas
del verso insolente y desabrido!

Quien huye primero, huye dos veces.

Tantos botines negros casi idénticos,
que sólo tú ves la diferencia.
Casi idénticos. Casi.

Cuidado con los tontos con idiomas
y con los listos enmarañados.

Mis árboles finalistas,
Olivo, higuera, magnolio.
No en ese orden, necesariamente.
O puede ser encina, hermana pobre del primero.

Una rotonda está diseñada
para dar no menos de dos vueltas.
A veces tres.
¿Quieres que te lo cuente otra vez?

P.D. Vale, sí, como micropoeta espontánea puedo hacerlo mejor. Es adictivo como comer pipas. Como los botines negros y los jeans. Como despertar en una cama enorme y hacer tres largos. Mejor otro de Ajo: “Esa manía que tienen tus noches de quedarse tan cerca de mis mañanas“. Fascinante. Definitivo. Demoledor.