“Está lo irreparable y lo improbable. Dos trenes salen desde Málaga y Zaragoza. El primero a 100 km por hora. El segundo a 250. ¿En qué punto se encuentran? La respuesta es la esperanza, si no descarrilan. Otro botellín de Mahou, camarero. El tipo del gimnasio dice que ha invertido un millón de euros en máquinas de última generación. Tú invertirás toneladas de voluntad hasta que los abdominales se salgan de las tripas. Pagar por una autopsia en vivo parece una broma. Hace calor a las 00 horas en Madrid y las putas de Malasaña se abanican en las aceras. “A mí eso me enseñó a hacerlo la Sole”, dice una. Dan ganas de preguntarle qué es “eso” pero lo mismo es un secreto entre lumis para clientes que pagan. Todo gremio tiene sus secretos. Los informáticos, por ejemplo, ocultan que en realidad lo suyo son tres teclas y un “reiniciar”. A menudo. Los ginecólogos, por ejemplo, ocultan que odian a las mujeres y se vengan en el potro de tortura. El alcalde de Valladolid es ginecólogo. La mía es mujer y es una borde. Un día me armé de valor y le dije “deje de regañarme que yo ya vengo aquí regañada”. Fue una bronca improbable, pero fue.  Irreparable es un jarrón chino que se te cae y se hace mil pedazos. Ayer tiré cuatro sacos de basura de Minichuki. Tengo una Diógenes en casa y no era consciente del alcance de su tara. Los sacos eran grandes, negros, y parecían el botín de un atraco a un banco, allí alineados. Una vez en el contenedor, los sueños de mi hija se convierten en irreparables. “Te he tirado algunas cosas, ya verás”, le anuncié por teléfono. “Estoy cazando lagartijas todo el rato. Una se ha escapado por el salón, mamá, qué risa”. Para ella no hay nada irremediable.