Mi querida Big-Bang,

La decepción es un sentimiento chungo porque permanece como las manchas de cereza. La admiración, sin embargo, es volátil, por eso conviene mirarla de reojo y no hacerle demasido caso. La primera se cura con unos chutes de recriminación a uno mismo. O sea, tú ves una peli un día y sales levitando. Pero la ves otro y lo mismo detectas sus trampas, los fallos de ritmo y hasta las cacofonías. Con las personas pasa lo mismo. De ahí que a algunas es mejor no frecuentarlas demasiado. Quedarte con la primera impresión. 
Mis mejores amigos son películas que veo una y otra vez sin activar el detector de las trampas. Me gusta revisitarlas tanto como meterme un chute de cine clásico un domingo por la tarde perezoso y diletante. La decepción no casa con la amistad, porque a los amigos no los miramos bajo el microscopio. Tienen bichos, claro, como nosotros, pero amplificar sus taras sólo nos enemista con nuestras propias mezquindades. 
Anoche me quedé otra vez enganchada a mi querido Calleja. Ese tipo pequeño y con mechas que disfraza sus hazañas de aventuras y hace muecas delante de la cámara. En realidad, lo mío con Calleja no es admiración al superhombre, sino al tipo que me hace reír mientras un tiburón gigante dentellea cerca de su cara. Los hombres que me hacen reír tienen mucho ganado. Las mujeres, lo mismo. La desdramatización es sexy, no deja manchas pero te hace cosquillas en la planta de los pies.
Anoche saqué el microscopio a pasear y la lié. Hay decepciones pequeñitas que te quitan el sueño. Es como si la lnte se girara y te mostrara tu ojo a tamaño gigante. Con todos sus miedos, sus manchas de cereza y sus inconsistencias. 
Mejor no mirar. Mejor engancharse a la mecha rubia y soñar con tiburones y dientes amenazantes que nunca llegan a morder. 
Esto es un lunes con cuerpo de lunes. Una mancha de cereza en el mantel