Mi querida Big-Bang,

Ayer me dilataron las pupilas y salí a la calle como el conde Drácula, con los ojos negros como dos cucarachillas… La vida en dilatación está llena de nubarrones y elipsis, como un viaje a lo Janis Joplin. Bien pensado, lo mismo la gente me miraba tanto por si me había metido al cuerpo un Everest de cocaína.

Las que venimos de donde venimos desconocemos el mundo de las drogas tanto como el de los fresadores o el lanzamiento de martillo. Lo más yonky que he hecho en mi vida fue sujetarle el porro a un tipo que entrevisté y que estaba tan colocado que en sus aspavientos amenazaba con quemarme mi jersey de cashemere del bueno. Y no, una puede hacerse la modernita porrera hasta que entra en choque con la fashionista alocada que llevo dentro. El colgao, dándose cuenta por mis trazas de que no había fumado un peta en mi vida, decidió echarse a dormir y no brindarme la ansiada exclusiva. Yo, por mi parte, decidí con idéntica determinación que igual que la tierra es para quien se la trabaja (Carlos Marx, o no?), los porros babeados, para quien se los fuma.

Cuando llegas tarde al mundo de los vicios, estás echado a perder. Te falta naturalidad y destilas sobreactuación. Excepto si se trata de vicios menores, como los zapatos de tacón vertiginoso, los bolsos megacaros o el Vega Sicilia. Pero que nadie piense que no he tenido experiencias duras que podrían ser pasto de una película de El Vaquilla. Aquí donde me ven, tan ingenua, tan Candy Candy, me las he tenido que ver con hombres de mala catadura que me ofrecían mercancías chungas en locales con poca luz y demasiado humo. Yo, por si acaso, decía que no, como me enseñó mi madre, pero lo cierto es que no entendía una palabra de los que los tipos me estaban ofreciendo. Y como por entonces llevaba lentillas que con la sequedad ambiental se convertían en ventosas opacas, tampoco atisbaba a distinguir el contenido de aquellas bolsitas tan cucas. Pero juraría que eran pastillacas.

Y sí, el mundo de las pastillacas llegaría a mí, la ingenua, pero no en un antro de perdición sino por prescripción facultativa. Un pequeño matiz que te confiere el estatus de colgada con empaque. Una más entre todas esas mujeres con abrigazo de garras de astracán y bolso de cocodrilo viudo que esperaban en la consulta de la Seguridad Social hojeando el TELVA y con evidentes signos de mono. Toxicómanas con licencia para consumir que tampoco han visto un porro en su vida y creen que la generación beat son los Beatles y su “She loves you yehhh, yehhh, yehhh”. No como yo que, bien mirado, empiezo a encontrarle el punto a esto de la dilatación pupilar. Creo que es el momento de entrevistar a los Rolling Stones. Fijo que con este look de cuelgue me sueltan la exclusiva de su vida, convencidos de que llevo a un Curt Cobain dentro.