Mi querida Big-Bang:

Aquí donde me ves, soy la típica modernilla que, en cuanto le rascan el barniz de modernilla, se queda en nada. Mi terapeuta de antes solía decirme que es porque en mi infancia escuché demasiado Julio Iglesias y los de Palacagüina, pero yo lo achaco más bien a la zarzuela que mi padre nos ponía a todo volumen los domingos por la mañana. Eso de abrir el ojo al son de “cuánto tiempo sin verteeee, Luisa Fernanda…”, tiene lo suyo. Para cuando quise contrarrestar sus efectos con Led Zeppelin, ya era tarde.

Eso no quita que en mi adolescencia tuviera ramalazos transgresores, porque ahí la zarzuela no tenía nada que decir. Ahí mandaban Chanquete y esos chicos tan majos de “Verano azul”, todo el día venga a dar pedales. Sugestionadas, el día que mi hermana y yo nos fugamos de casa por la noche para ir a la enésima fiesta prohibida, lo hicimos en bicicleta, sin reparar en el pequeño detalle de que había que saltar la verja del jardín que mi padre había candado. A estrategas no nos ganaba nadie, pero la broma nos costó una bronca memorable de mi padre en calzoncillos y el sobrenombre de “cabareteras” durante años.

Cuando tu padre te pone a caldo en calzoncillos, sólo tienes una salida. Rezar para que su ira le impida ver que te estás meando de risa por la estampa. Es como cuando tu jefe te llama a capítulo con un trozo de lechuga entre los dientes. Yo en situaciones así pierdo el control, y eso que saco a pasear todos tus consejos: recitar la lista de los ingredientes secretos de la Coca-Cola, recordar el nombre de todos mis novios y amantes bandidos (ahí termino rápido) o citar en voz alta a los famosos que han retransmitido las campanadas de Nochevieja desde 1977.

Ser moderna con semejantes antecedentes biográficos es un milagro. Un ejemplo asombroso de lucha por la supervivencia que Darwin no recogió en su libro porque yo no había nacido y, de haber nacido, no habría viajado en su barco, porque me mareo mogollón. Una cadena de causalidades sobre la que hoy pienso reflexionar mientras escucho a todo trapo otro de los hit parades de mi padre: El himno de la Legión. Banda sonora que utilizo para despertar a mis hijas cada mañana y que reproduzco aquí por su interés documental: “Nadie en el tercio sabía, quién era aquel legionario, tan audaz y temerario…”. Estoy convencida de que tengo dos Madonnas en potencia. Y si no, al tiempo.