Alcarria Baja, en algún lugar…

Mi dieta estricta de silencio, pueblo y calles fantasmales empezó el viernes según plan ansiado, pero la vida es una dama terca y enseguida te cambia el paso con sus dardos bañados en absurdo:
-Estuvo uno de la luz hurgando en tu contador. Que al parecer habías llamado diciendo que pagas poca factura y querías saber qué pasaba.
-¿Cómooooooooo? ¿Que pago poco y quiero pagar más? Yo no he llamado a nadie.
-Sí, ya le dije que este año tienes a tu padre pachucho…El hombre tendría unos cuarenta años y llevaba una furgoneta con sus letreros y eso, no te preocupes.
Kafka se hubiera frotado las manos. El Mundo Today también: “Urbanita cansada y entregada al campo con alevosía se denuncia a sí misma por tangar a Unión Fenosa trucando el contador”. Subtítulo: “Mi intención era ser protagonista del chisme de la semana en el pueblo de 87 habitantes que me acoge los fines de semana y fiestas de guardar”.


Inmediatamente puse en marcha la máquina de las pesquisas. Un teléfono “de uno que era electricista pero vete a saber si aún es” me llevó “al Oliver”. El misterioso varón de unos cuarenta años que había estado aclarando el expediente X de mi exigüe factura. “No te preocupes, todo está en orden -me tranquilizó. De vez en cuando hacemos una inspección para comprobar que no haya fraude. Tu contador está inmaculado. Que ya me han dicho que este año has venido poco”. Le faltó añadir lo de mi padre y sus achaques, pero era obvio que estaba bien informado.
Satisfecha por comprobar que mi reputación sería restituida, me entregué a la chimenea y al libro, según guion, y ayer sábado corrí a comprar el pan en cuanto escuché la bocina del monovolumen que nos surte del maná.
-¿Sabes que cierran el bar?
-¿Cómoooooo?
-Sí, que A. se retira y lo han puesto en alquiler.
-Madre mía, cada vez que vengo me dais un disgusto.
Primero fue la tienda. Un colmado modesto que lo mismo te abastecía de lejía como de exquisitos pimientos asados. La falta de rentabilidad y alguna otra razón que la chismología no ha concretado bien terminaron hace unos meses con un servicio que hacía la vida más fácil a los pocos habitantes de este lugar que, en sus años locos -cuando se construyó la presa y los próceres del franquismo y familias bien campaban con sus chalés y sus barcos de recreo- llegó a albergar cuatro carnicerías y un cine. “Éramos 2.500 habitantes, que se dice pronto”.

“La casa es el lugar del mismo”


La famosa España vaciada. Se trata de esto. De estrangular los servicios para matar las ganas. De condenar a las personas mayores a correr a las furgonetas del abastecimiento al son de la bocina. Y ahora el bar. El centro social y de recreo donde en invierno se amontonan los pocos que están en torno a una estufa y ven corridas de toros antiguas por televisión.
-Mañana es el último día y además mi cumpleaños. Vente a desayunar que estás invitada a huevos fritos con chorizo.
Y hoy era mañana, y a la hora convenida corrí al bar con su terraza andaluza -un exotismo para la Alcarria Baja– y me senté con mis vecinos (todo hombres -“a las mujeres no las traemos a este plan”)- . Y comentamos los chismes cotidianos que dan vida a este rincón donde he encontrado la paz y el abrigo.

Una casa bicentenaria en la que siempre renquea algo pero es tan acogedora y bonita que sigo pensando “qué suerte tengo de haberte encontrado” tres años después de esa primera vez en la que, nada más recorrerla, la reconocí de inmediato. Con su patio, su azotea, su chimenea árabe, su olivo, su hiedra y su madroño. Y ese amor a primera vista se fue contagiando de cada cuesta del pueblo, de cada puerta de madera añeja, de cada escudo de piedra de estirpes que fueron importantes; de sus dos plazas y sus dos iglesias. De las Noguerillas, ese paseo circular que mi Bronte y yo recorremos infatigables, en tiempo de uvas o de nueces. De granadas o de higos fragantes. Y también de la gente que me cruzo en los paseos y me cuentan que “G. se ha caído y se ha hecho daño en las rodillas”, o que “mañana me voy con las hijas a Alcalá de Henares a pasar unos días”. O que “mira, te traigo estas perdices escabechadas, a ver si te gustan. Pero dime la verdad, eh?. O me dicen “ven, que te daré una calabaza para que tu madre haga cabello de ángel”. Y así…
Amo este lugar. Y me entristece ver cómo cada vez se le estrangula un poco. Que la gente joven se va como siempre sucedió, “pero es que ahora ya no vuelven cuando se jubilan, como pasaba antes”, me dice otra vecina. Y hay algo en mí que grita “resistencia”. El campo es el pulmón de la verdad. Del alimento. Del silencio que me vacía del ruido acumulado cuando llego y cruzo el zaguán de esta casa valiente. Y mi Bronte sale disparado a comerse la comida de los gatos de “la Julia”. Y yo suelto las bolsas al pie de la escalera y contemplo esas vigas robustas y esa baranda noble que el tiempo ha mejorado con su pátina y pienso: “Este es mi sitio”.
Y entonces, solo entonces, me dirijo al cuadro de la luz y en mi ritual alegre pulso la tecla para que la luz invada la magia del espacio soñado y tan vivido. Y dejo que el aroma a humo añejo y a aceite de naranja invada mis pulmones y me envuelva.