Lo primero que descubro al despertar es que James Salter publica novela –“Todo lo que hay” (Ed. Salamandra) a sus 88 años; la primera en décadas. Y está destacado en la portada de elmundo.es, para que luego digan que la cultura no interesa. Comparte honores con la celebración del día de la Felicidad, la misteriosa desaparición del vuelo de Malasya -ese thriller apasionante-  el asunto de Crimea o el último episodio de la Gurtel. Desde Guatemala, donde anda de visital real, la Reina proclama un “El Rey me pide que traslade su más sincero afecto” que suena a chamusquina protocolaria y desde luego poco convincente.

Hay roles donde la mentira se da por sentada y forma parte del guión. Ayer comí con L., un treintañero encantador destinado a perpetuar el peso de unos apellidos muy pesados y ligados al Opus Dei. Me preguntó con cierta ingenuidad si los periodistas mienten. Le dije: “Algunos sí, y otros no”.  Me pareció que se encontraba en un dilema moral sobre el asunto, y enseguida pasó a contarme cómo su padre lo había apartado de un ambiente concreto enviándole a estudiar a los internados más alejados y en idiomas que no conocía. “Al final conseguí adaptarme a cualquier país, ambiente y situación. Pero soy un desarraigado”.

Vladimir Putin

Casualmente el día anterior otra persona, una mujer de largo recorrido vital, me había desvelado que pasó su niñez en un internado británico porque su padre se empeñó en que lo más crucial de este mundo era saber idiomas. Sufrió como una condenada, sintió frío por las noches y ese temblor de la nostalgia y volvió con un perfecto british y la determinación de que nunca condenaría a un hijo suyo al exilio. Pero lo hizo. 

(El desarraigo es un avión que desaparece en un punto ignoto del planeta. Los circuitos detenidos, las comunicaciones congeladas).

Creo que podría dividirse a los padres entre los que educan para el presente -pocos- y los que educan para el día de mañana. A mí siempre me ha sorprendido ese afán que tenemos de lanzar consignas de futuro: “estudia esto o lo otro, que cuando seas mayor habrá mucha competencia…” y me sorprende que nuestros hijos no nos digan “¿Y el ahora, qué?”. La gran mentira de los padres es que no sabemos qué hacer, así que postergamos todo al éxito que vendrá, mientras los niños crecen y cambian de talla de zapatos. Mi querido L. es un huérfano con muchas cuentas pendientes con su historia familiar y tantas horas de vuelo que podría dar la vuelta al mundo con los puntos de su Iberia Plus. Habla dos o tres idiomas, es lector y escritor aficionado y siente que aún no ha consolidado un proyecto personal a la altura de su estirpe. Conmovedor.

Los periodistas mienten. Tanto como cualquiera, querido L. Algunos se niegan a hacerlo aunque en el camino se pierda una scoop. Los hombres mienten. Pero no todos. Ayer le hablé a L. del hombre más íntegro que conozco y se quedó muy sorprendido. Los escritores mienten, pero deben ser honestos. La fabulación permite desahogar toda la mentira necesaria para la supervivencia. Salter es un privilegiado.

Los rusos mienten. Vladimir Putin sabe que no está liberando a los ucranianos de Crimea de nada, pero se monta una ceremonia zarista para representarlo y luego se marca unos abdominales entre bambalinas.

La trama Gurtel es una gran mentira que funciona como muñeca matroska. Abres una y descubres la siguiente, en un mareo de siglas que ríete de este blog. 

El Día de la Felicidad es una gran trola para esos que se perdieron en un avión malayo y para la población general. Pero no para mí, que pienso irme a comprar el último de Salter, convencida de que pasaré unas horas de hipnótica alegría entre sus brazos. Y por eso le mando “mi más sincero afecto” al estilo de la Reina. Pero va en serio, James, te juro que esto no es literatura…