Leo a Epicteto en estricta soledad, rota sola por la presencia de mi Bronte, que mira distraídamente la Alcarria y sus revoloteos de insectos. El libro –“Manual de vida, Pasajes escogidos” (Ed.arielQuintaesencia) me lo regaló J.E, ese amigo que en su día me recomendó -sin duda preocupado por mis veleidades literarias tan siglo XXI- retroceder dos siglos en mis lecturas (a lo que yo alegué que Montaigne es pareja de baile de mesilla, entre otros viejos amantes).

Antes del sabio de Hierápolis me he chutado toda la prensa y disfrutado con los puntos de partida coincidentes de dos columnistas tan opuestos como el yin y el yang: Miriam Díaz Bascuñán (El País) y Arcadi Espada (El Mundo). Sables engrasados surcando ágiles el aire de las palabras pasadas por el prisma ideológico sin disimulos. El aire de los tiempos.
Epicteto es del Siglo I y fue esclavo y estoico. Sus palabras, que él jamás escribió pero fueron recogidas por uno de sus alumnos, son de una sencillez apabullante que roza la simpleza pero alimentan (como el queso de Burgos, se me ocurre). La autoayuda de hoy con mucha más proteína de base y sin conservantes ni colorantes.
Un ejemplo: “Hay un camino para la serenidad -tenlo a mano al alba y durante el día y por la noche-:el apartamiento de lo que no depende del albedrío, el no considerar nada como propio, el entregar todo al Genio, a la Fortuna, poner a éstos como cuidadores de tales cosas, como ya los puso Zeus, y estarte tú a una sola cosa, a lo particular, a lo libre de impedimentos, y leer refiriendo a esto la lectura, y lo mismo escribir y escuchar”.
Mi amigo J.E es super fan de los estoicos, y eso tiene mucho más recorrido que se super fan de Eurovisión y creer siempre que va a ganar España. A mí anoche me pareció que el desvelo no merecía la pena y, caída la venda de antemano, tomé las de Villacama. Hoy supe de nuestro renovado descalabro a nivel país y me lié con Epicteto más un revuelto con queso insípido en un revolcón healthy que me ha dejado nueva y añorante de sobrasada ibérica como animal de compañía.
Al filósofo le gusta el albedrío como madre de todas las cosas y a mí el silencio como cura y la soledad como dieta de acompañamiento (a la otra, esa que me está rebanando algún kilillo a fuerza de elegir entre pan o cerveza y no dar bola a grasas e hidratos). La aceptación de lo ajeno a nuestra decisión suelta los corsés y permite vivir sin llevar la lanza en ristre todo el día.

Por ejemplo, Epicteto habla de la enfermedad. “La enfermedad es un impedimento del cuerpo, pero no del albedrío, a menos que él lo consienta”. Dos personas cercanas se enfrentan estos días a la Enfermedad con mayúsculas. Ambos con una dignidad ejemplar no exenta de miedo (faltaría más). Ambos, sin perder el humor. Uno de ellos -que espera a puerta gayola a un Miura quirúrgico con pintas- me contaba que el otro día estuvo en casa de un amigo absolutamente agobiado “porque no encontraba la cubertería de plata y estaba seguro de que se la habían robado”. Una opción hubiera sido hacerle sentir culpable por poner tanto sentimiento en algo tan absurdo. Pero el del Miura optó por reírse y ambos invirtieron un buen rato rebuscando por los cajones. Con mucho menos se hace un sketch.
Somos la importancia y el rango que le damos a lo que nos pasa. Y si tenemos la suerte de reírnos de (casi) todo aligeramos el pesar y sus contornos. En casa lo llevamos en los genes y esa herencia bendita es mucho más fabulosa que los pisos y fortuna que no heredaremos.
Mis hijas recibirán mis libros, mi impaciencia y los zapatos cool de tacón que no he tirado. Yo leo descalza a Epicteto y me veo tocando hueso de soledad. Los pensamientos sin ruido, el monte como un resort todo incluido. Y el hombre amable y dispuesto que me arregla los desperfectos de una casa centenaria debe pensar que necesito compañía y me anima a ir a romerías marianas o a comer paella en la plaza con la gente del pueblo, a lo que yo sonrío y agradezco. “Verás, es que yo vengo aquí a quitarme el ruido del bazo, a leer y escribir. A cortar la trepadora, a pasear con mi Bronte y a desnudar el Albedrío, si se deja y no se anda con remilgos”, le diría.
Lo que es hacerse un Epicteto, ahora lo sé (y espero que J.E me dé su aprobación).
El mejor regalo suele ser una recomendación que te abre la puerta al hallazgo luminoso. Feliz Domingo, habitantes del planeta Incertidumbre.