La Pasión turca (Vicente Aranda)

Nunca ha sido santo de mi devoción literaria ni de la otra. Jamás he hecho cola en la Feria del Libro para que me firmase un ejemplar. Leí, que yo recuerde, La Pasión Turca pero no la recuerdo y cuando la recuerdo me sale Ana Belén con un macizo que siempre imagino de higiene justa apellidado Corraface en una mala película que empieza en un autobús (la pasión, que no la película).

A mí los autobuses me hacen vomitar, pero la entrevista de Antonio Gala por Antonio Lucas ayer en El Mundo bien merece una arcada de desprejuicio. Es la palabra de un sabio amanuense de las palabras que ha estado al borde de la muerte y ha entendido los fundamentos de la existencia. Un ejercicio de ronca sinceridad desprovisto de toda cursilería o amaneramiento (adjetivos que siempre me han cuadrado con el escritor). Un testamento vital que ya querría yo para los míos.

-¿Estar cerca de la muerte le ha dispensado más respeto por la vida?
-No creo que sea respeto, sino la sinceridad necesaria para reconocer que no tenemos otra cosa. Soy ahora más comprensivo, más urgente, más devorador.(…) Es tan imprescindible la vida que cuando se acaba todo se acaba con ella. 

Y luego dice que creer en la otra vida debe ser estupendo, pero a lo mejor rebaja la posibilidad de vivir esta con la intensidad con que debe ser vivida. “Aunque la intensidad es lo que más derecho nos lleva a la muerte”.


A mí Ana Belén me parece una intensa algo gritona con brazos torneados de sirena y boca de susto. Pero quizás yo también lo sea, dado que últimamente suelto frases como puños del tipo “pienso vivir siempre como si me quedaran cinco minutos para palmarla” (ser urgente y devoradora. Por suerte no canto a continuación “Mírala, mírala, la puerta de Alcalá“). Pasado el ecuador de la vida más vale ir dándote cuenta de por dónde va la cosa. Exprimir tres o cuatro verdades que aunque duelan sean sólidas como cimientos de catedral. Y traicionarlas voluntariamente como un juego, si es lo que te pide el cuerpo.

George Corraface

He arriesgado opiniones y comportamientos (…) Antes de ser confuso, prefería no ser“.

Me he pasado el fin de semana recluida en casa como monasterio. En una semidieta de silencio y trabajo (ora et labora) que sustituye al monasterio de cartujos donde se recluyó Antonio Gala. Otro hombre que admiro me confesó hace poco que se había encerrado siendo joven en un centro religioso porque entendió que su vida de fiesta en fiesta era una huida, un despilfarro. No buscaba a dios, sólo desenmascarar sus trampas de ser a la deriva. Siento respeto por los que saben ser solos. Someterse al eco de sus pensamientos. Al ruido atronador de la cabeza, al sístole y diástole de sí mismos. El ensimismamiento es la fe de los agnósticos, el rezo de quienes creen que dios es sólo la mejor versión, la más desnuda,  del propio yo.

(Y también creo, dios me perdone si es que existe, que muchos de los que rezan buscan a otro para no mirarse a fondo a sí mismos. Para desplazar la responsabilidad hacia un foco externo. Y me parece bien, ellos sabrán).

No me gustan los charlatanes. Eso de toda la vida. Ni esos escritores de tertulia generalista ni los poetas relamidos, ni las bobitas con ínfulas que seducen incautos bobos, ni -ya puestos- los machos que no usan jabón porque agrede el ph (hay un actor famoso por procesar la religión del sudor sin recato. Los estilistas se rifan el horror de vestirlo -y sobre todo desvestirlo-en las series de TV y películas que protagoniza. Está muy bueno, sí, pero desde que sé lo guarro que es ya no lo veo guapo).

Me gustan los hombres y mujeres que se arriesgan a un striptease radical sólo para sus ojos. Y a veces les da por escribir.

-¿No se cansa de que siempre le pregunten por el amor?
-No, comprendo que es porque no tienen ni idea y en el fondo quisieran saber en serio lo que es el amor.
-¿Y qué es?
-Algo muy confuso, una propiedad privada. Y de repente tienes la tentación de compartirla. Si eres sincero, siempre sales ganando. El amor te hace ganar siempre, aunque acabes como el rosario de la aurora.

Desde hoy me confieso grey de Antonio Gala. Por valiente. Por preciso. Porque no puede ser más espiritual en su crudeza. Porque piensa igual que yo que la literatura es un milagro. “Algo que se hace para seguir siendo tú. Uno no escribe para lucirse, sino para ser”. Porque un monasterio, una catedral, una pequeña ermita, es un lugar de dios,  del dios de cada uno. Y vive dios que nadie es quién para poner una etiqueta de exclusividad al suyo.

Y mi templo es mi casa y mi rincón, y así ha sido este fin de semana. Y no hay nada más espiritual ni más honesto. Y no pienso confesarme, ya lo aviso. Ni hincarme de rodillas delante de un dios que no sea de carne, como yo. Y así de urgente y devoradora arranco el lunes. Más sola que la una, y tan contenta.