Hay hombres que son una naturaleza muerta. Un bodegón con moscas. Un despojo bien seco después de que el pensamiento estrangulado clavara su estocada mortal a la pasión. Salón francés, penumbra necesaria. Y luego está mi amigo M. Siempre tan entregado, dispuesto a compartirme su parte de batallas en la noche, a la distancia justa y necesaria.

-Le llevo veinte años a una chica que se ha enamorado de mí. ¿Cómo ves esto de la diferencia de edad?
-No sé. No creo que sea determinante de nada. Es mayor de edad y madre, no es una niña. Te puede dañar más a ti que tú a ella. Yo sé que tú eres bueno y que no andas jugando. Disfruta y observa, amigo mío.

Mis viernes recónditos son una juerga loca.  “El deseo es un telescopio maravilloso”, me susurra Robert Louis, al otro lado de la cama temprana, bien tapados los dos, pijama limpio, su palidez desnuda y excitante. Pero yo ando cegada entre las gárgolas de Notre Dame, planificando el viaje con mi edding azul y una vieja Moleskine con varias hojas blancas, resobadas. París es el Destino y el paseo bohemio por la orilla del Sena. Mis chicas y yo, triángulo equilátero. Anoto Canal de San Martin y una boulangerie tras cada caminata. Saltos en Trocadero, Montmatre en bicicleta. Y  J., que vivió unos meses allí,  me cuenta a la luz de las velas cómo a los quince años conquistó esa ciudad a pecho descubierto y allí se afrancesó perdidamente (esto no me lo cuenta, lo sé yo). Me confiesa además que desde que yo le compartí mis desorientaciones también se desorienta al cerrarse las puertas. Y pienso en bateaoux mouches. Y en tantos bamboleos con besos tan furtivos. Y nos traga Madrid a toda noche.

De pronto, ya es París, a pocos días del despegue inmediato. (Como estar embarazada y ver a todas grávidas. O tener miedo y cruzarte esqueletos de dudosa catadura moral). Hay obeliscos de gloria en la Plaza de las Ventas y el rastro es el mercado de las Pulgas, abierto a apetitos súbitos y a hallazgos necesarios.

La mujer en la sala de espera le susurraba a alguien al otro lado del teléfono: ” ¿Te puedes creer que no vimos la Victoria de Samotracia?”. Hay catástrofes peores, señora mía. No se puede viajar con cualquiera a París. Ni a ningún sitio. Porque París no acoge, no tiene los regazos de Lisboa. Puede ser desalmada, viento gélido que augura pesadillas oscuras.  “Despertar es vencer”, me decía una voz esta mañana.

Y luego están esos mercachifles de las frases vacías que entusiasman al pueblo. Una mujer – al parecer autora canadiense que responde al nombre de Isabelle Tessieres– escribe una carta a su hombre deseado y se hace viral de inmediato. Doy al clic ansiosa por comprobar por qué ha desatado un vendaval. El gancho es una frase: “Quiero estar soltera, pero contigo”.  Pues muy bien, monina, pienso yo, oliéndome la trampa. El texto se ha traducido a cinco idiomas, aseguran. Single but together.

Quiero tener miedo contigo. Hacer cosas que no haría con nadie más,
porque contigo me siento segura. Volver a casa muy borracha después de
una buena noche con amigos. Para que me cojas la cara, me beses, me uses
como tu cojín y me abraces muy fuerte por la noche
“.

La carta me provoca una naúsea torcida. ¿Quieres que te usen de cojín? ¿Quieres que te usen, señorita liberada? ¿Te parece moderno que él te mire el culo, como propones en otro de esos párrafos mediocres?. Mejor que te lo toque, distraído, en plenas escaleras del Sacre Coeur, majestuosas. O acaricie tus rodillas en un coqueto restaurante del Barrio Latino donde os salpicará el deseo propio y el ajeno, las mesas tan pegadas, plato de caracoles humeante.

Quiero algo que sea simple y, a la vez, complicado -prosigue la rapsoda canadiense-. Algo que haga que, a
menudo, me haga preguntas a mí misma, pero que, en el momento que esté
contigo en la misma habitación, desaparezcan todas las dudas. Quiero que
pienses que soy guapa, que estés orgulloso de decir que estamos juntos”
.

Eres muy tonta, bonita, con permiso. Muy novela Jazmín. Muy “pret a porter” barato. Quieres hacerte la especial para inflamar a un tipo que se ha ido. Te estás insinuando con argucias facilonas. Con frases de almanaque que no copio porque hasta me sonrojan. ¿Qué tal si le dices que le echas de menos, que en realidad querías un “lo de siempre”, que vas a apuntarte a un taller de escritura, o a dejar de escribir (mucho mejor).  Que tu soledad es como una tormenta que ordena Quasimodo, con rayos y centellas. Que París siempre os queda, callados,  silenciosos. Que perdone por esa carta adolescente, fracasada. “Que lea a Victor Hugo”, me susurra mi Robert: Jean Valjean y Cossette, Esmeralda y otras damas curtidas que aturden los sentidos.

Termino con miss Tessieres, que se explica así en una entrevista: “Cada vez es más difícil encontrar a alguien que acepte mi independencia
y al mismo tiempo quiera tener una vida en pareja conmigo. Pero como
digo, un día lo encontraré de nuevo”
. Buena suerte, querida. Espero que tengas un plan B. Suenas contradictoria, como sonamos muchas. Por si no encuentras eso que aseguras que buscas, rodéate de amigos que te abracen, de libros de verdad, no fruslerías bobas.

De hombres imprescindibles como mi J. ayer, tan cariñoso : “¿Juntamos a la prole este finde? Te echo de menos. Soy un plasta. Quiero achuchones”. Y yo: “Los necesito”. A la vuelta de París iré a buscarte…