El Congreso Mundial de Familias se dispone este fin de semana a devolver a la mujer al redil del hogar. Lo entiendo. Que la cabra tire al monte es una amenaza para el ecosistema social y económico. Las mujeres nunca debimos asomar la patita por debajo de la verja del jardín familiar. Pero gracias a dios viene un gurú del  Centro Howard para la Familia, la Religión y la Sociedad llamado Allan Carlson (Como Allan Parson Project, pero con música ultraconservadora en el repertorio) que nos meterá a todas en vereda.

“Autenticidad de la mujer: redescubriendo la vida en el hogar”, “soluciones al comportamiento homosexual”, “cómo mantener a la familia unida”, “contra la ideología de género” o “ataques a la familia” son algunos de los hits que se anuncian en el programa, y no me resisto a comentarlas en calidad de oveja descarriada que juró un día que el hogar sería para el placer y no para “realizarse” con el mocho.

Detesto a las familias que venden unidad y solidez a prueba de bomba. Me parece que la institución es frágil y cambiante y su fortaleza reside en la flexibilidad y el reconocimiento de sus taras. Pero claro, lo dice una mujer divorciada que rompió la unidad familiar por dios por la patria y el rey para reducirla a un espacio de amor y broncas donde a veces siente deseos irrefrenables de hacer el hatillo y escapar. Así que me abriré de orejas para que Mr Carson y los suyos me hablen de esas “soluciones prácticas” (que me suenan, con perdón, a “solución final”).

“La familia, esa institución tóxica” sería mi aportación al Congreso, gratis total. Hablaría de cómo a cada hijo o hija se le asigna un rol desde la infancia y cuidado con salirte. Y aportaré pruebas. El otro día conocí en un viaje a J.L. Un tipo extremeño y divertido que me contaba cómo es “el bueno”  de la casa y por ello, cada vez que viaja a su pueblo reparte al regreso las chacinas en una ronda delirante por Madrid por la casa de sus hermanos. “Si me quejo, se creen que estoy enfermo”. Mi amiga M., asume que cuando va a visitar a su padre es ella la que organiza los planes, como una madre sin puesto de mando y sin vocación. M. es la borde y la egonísta y como tal se la mira, S. el escapista de la casa, J. la inteligente pero vaga y A. la loca que nadie se toma en serio y seguramente heredará las peores joyas.

Sí, son tonterías anecdóticas y lo mismo recibo una pitada del público selecto e intelectual que acudirá al evento. Pero en ese instante pasaré al asunto estrella, el matrimonio homosexual como amenaza contra la familia. Uno de los demonios del señor Carson. Que ésos también se casen se parece al  “Pues si leen ésas…”, que inmortalizó Pío Baroja cuando Miguel Delibes fue a contarle que había vendido 3000 ejemplares de su primera novela, “La sombra del ciprés es alargada”. Un escándalo.

Algo temen los de la familia unida cuando montan congresos para reivindicarla en su versión más carca. Yo, que soy de familia numerosa y adoro a mis hermanos, suelo desconectarme los fines de semana que no tengo chukis y ellos lo saben. Al principio recibía algunas amonestaciones porque el electrón libre provoca chispazos, pero ahora se da por sentado que mi amor a la familia pasa por desenchufar el cable de cuando en cuando. Y hasta la fecha no ha muerto nadie ni nos sentimos más frágiles de lo que ya somos.

Así que Mr. Carson, welcome to Spain, ese nicho natural de los “valores tradicionales”. Sepa que irán a jalearlo padres y madres con hijos y abuelos que siguen montando el ballet de la unidad mientras comprueban que los tiempos han cambiado el guión y esto ya no es una sinfonía de Bethoven, sino un concierto dodecafónico y desconcertante. Una película Dogma donde los planos te cortan el rollo y te marean. Y sí, “Sonrisas y Lágrimas” se ha quedado vieja aunque usted y los suyos se resistan.

Y, por lo que a mí respecta, al redil que vuelva su padre. Hay un campo hermoso y verde ahí fuera. Con adolescentes que buscan su sitio a machetazos, maricas que se intercambian anillos al sol de la banda nupcial, familias reconstruidas y vueltas a romper, suegros liados con consuegros y toda la gama del amor y sus tormentas. Desazonante y gloriosamente libre.

¿La familia? Bien, gracias.