Anoche los goliardos hicieron de las suyas en la Plaza Mayor de Madrid. Un baño de música profana en un cielo sin luna aparente donde mi amiga F. y yo, más otros cuatro mil entusiastas de la diosa Fortuna, nos entregamos a los brazos de Carmina Burana con hambre de viernes y sin nada que perder. Convencidas del poder balsámico de esta cantata que escuchas y te dan ganas de invadir Polonia (sí, el compositor, Carl Orff, coqueteó con los nazis), correr salvajemente desnudo por el cañón de un río o, en su defecto, terminar en un restaurante mexicano a escasos metros del Viaducto con un plato gigante de nachos con guacamole y con esa sensación de habitar un Madrid distinto y pueblerino donde los embozados trastean y cortejan, borrachos, a las mujeres con cantos que hablan de amor y desamor, de tabernas y redenciones.

¡Oh, Fortuna!

como la luna

cambiante,

siempre creciendo

y decreciendo;

detestable vida

primero oprimes

y luego alivias

a tu antojo;

pobreza

y poder

derrites como el hielo
“. 

El director de orquesta, Juanjo Mena, bailaba poseído frente a un coro obediente que teníamos muy cerca y escuchábamos al bies (una pena la megafonía, pero entiendo que la Plaza Mayor, tan majestuosa como abierta, no permite un concierto de esta magnitud a pelo ¿o sí?). Con el anochecer llegó una brisa tímida como  un regalo de los dioses paganos. A nuestro lado, una mujer de ochenta años nos hablaba de su amor por la música y de que ella va a todo lo que sea gratis en la capital. Y hay mucho. Los conciertos de la Juan March o en el Instituto Italiano, las misas cantadas en la Capilla del Obispo por monjas de voces inhumanas que ya os conté y que merece un plan de domingo incluso para ateos militantes.

Madrid, anoche

La tristeza es una tentación“, me dijo F. y corrí a apuntarlo para que no se me olvidara. A ella se lo contó alguien hace unos días, en un lugar en medio de la nada donde reina el pino Sabina y donde la ausencia radical de distracción hace que surjan las mejores y más sinceras palabras. Luego nos pimplamos sendas Coronitas y nos abrimos en canal -en adelante “hacerse un Carmina Burana”– convencidas de que el porvenir se llevará el barro y nos traerá más oportunidades de exaltación como la de anoche, junto a los pórticos de una plaza popular que ha seguido allí mientras el verano arrasaba con todo y nos dejaba tirados en la orilla, a pocos metros de ese adefesio llamado Corte Inglés que se permite apremiarnos con la vuelta al cole sin que nadie lo impute, esa tendencia…

Lo dejo ya, que la cantata me ha puesto muy intensa y hoy es sábado. Añadiré que los planes gratis total me molan mucho pero no me impiden desvalijar después la Visa como una goliarda ansiosa y militante acérrima del Carpe Diem. Faltaría más.