Mi querida Big-Bang:

Mi mundo era un libro sin terminar, una tumbona al sol y un macizo dándome aire con las pestañas. Podía pesar unos 53 kilos, yo, y abierta en canal medía 1.65 si estiraba bien el cuello. Eso y un bloody Mary eran la gloria bendita. Las simples es lo que tenemos, que si la primera del periódico no lo impide transitamos felices por el tranquilo secarral de nuestras vidas.

Mi mundo era mi lorza, a veces a raya, a veces no, y un sinfín de foulares de colores que hacían banderas en el armario, a veces nacionalistas, a veces no. Una puede vivir en su desorden desconcertado sin que nadie le toque las narices, digo yo, y ponerse para estar en casa un Armani mal planchado o ir en bragas, que también.

El frágil equilibrio de mi mundo lo rompe un tropezón con mis tacones o el pirado del vecino cienciólogo, que me echa los trastos con tufillo a secta y petardeo. Pero bien, un lunes no es lunes sin un desencuentro a tiempo, justo después del primer café y antes del quinto. ¿Le compro el libro ése y quedo en paz con Tom Cruise o le pego una patada en la espinilla y pongo pies en polvorosa?

Arde Chile, y aquí estrenamos sol con la venia del cielo y un pan con aceite y tomate. El mundo no se acaba con un terremoto, con una alerta de ultramar, con inundaciones por doquier. “Es el apocalipsis”, musita Mr. Rubidio, que es de sentencia breve y concentrada. El fin de los días, la hecatombe, pero aquí, en el autobús, las vecinas suspiran por una playa, un libro y un macizo.

Welcome, lunes. Hazte fuerte por las calles y regala papeletas de la suerte!. Una semana por delante, siete días impíos y las galletas chinas con presagios por abrir. Hoy es playa y abanico. Mañana, dios dirá.