Mi querida Big-Bang:

¿Por qué mentimos tanto sobre nosotros mismos? ¿Qué hace un tipo que no ha cogido un libro en su vida invitando en público a la lectura voraz desde un atrio? ¿Por qué un político chungo e infiel se lanza a hacer apología de la familia y de su santa esposa en grandes titulares? El prestigio. Eso es. En real life aún funcionan los tópicos de siempre para la seducción: yo escucho música de culto, yo leo a Hegel en el cuarto de baño, yo colecciono carteles de Lubitsch, yo besé a la chica en el verano del 86… Sí, es rencor de tiñosa, lo reconozco. Yo, en realidad, no tengo mucho de lo que chulearme, y me preocupa. Puedo fingir que monto a caballo los sábados, cuando en realidad tengo los nudillos desollados porque un único sábado de mi vida se me ocurrió que coger las riendas y agarrarse a la silla eran acciones simultáneas. Así, con mis costras, me convierto en amazona y lo cuento urbi et orbe a todo el que se ponga a tiro.

El problema es cuando te pillan. Ese día que a un ecohierbas le descubres que tira los papeles al suelo, come grasas saturadas a dos carrillos y maltrata al caniche del vecino. Entonces se te desmonta el mito y ya te puede jurar que irá a hacer yoga a Ramiro Calle, ese gurú relamido de los noventa, y permanecerá en la postura de la cobra tres días seguidos, que no te lo crees. El emperador del cuento se ha quedado en pelotas. Debe buscar urgentemente una nueva identidad, como los monstruitos de los Men in black buscaban cuerpos que poseer.

La culpa la tiene el cómic, los superhéroes. Yo también quería ser Batman para salir por las noches repretona con mi látex y volver locos a los hombres. Pero por un error de cálculo me quedé en mamarracha con mechas que se sube a unos tacones pensando que a 15 cm del suelo es otra. Cuando la realidad es que lo único que varía son las consecuencias de la caída. Conozco a gente que va a los bares modernos para sentirse moderno, resudar con los modernos (lánguidos, como los hierbas) y sentir cierta transferencia cool al ritmo de temazos como “¿Qué se siente al matar un gatito?”. Tipos que compran su ropa en tiendas indecentemente caras para poder contarlo. Que van a exposiciones underground con el afán de ser vistos o que viajan sin más pasión que el relato de vuelta.

¿Vivimos para contarlo? Eso dicen los Violadores del Verso. También García Márquez en sus memorias, pero queda mucho más rancio y  convencional citar al colombiano. Así que, si quieres ser moderna, eliges a los Violadores. Y según termino la frase pienso que es de una incorrección política sublime. Pero así soy transgresora, que es otro disfraz molón ya que el látex de Batman se me ha quedado pequeño y hace mucho que no pasa por mis manos la Crítica de la razón pura.

Ser o no ser, esa es la cuestión. Los descendientes de Shakespeare deberían cobrar derechos cada vez que usurpamos a Hamlet. Hasta en las ruedas de prensa de los deportistas se parafrasea al príncipe danés, y así se rompe el tópico del futbolista cateto. Lo mismo podría salir de pobre montando un negocio de identidades para momentos comprometidos. “Yo Soy el que Soy.com”. Espero que no sobrevenga alguna plaga del Antigua Testamento a desenmascararme por usurpadora.