Cierta persona que admiro y aprecio ha hecho un trabajo de campo árduo y meticuloso para otra persona de galones y reconocimiento que ha firmado ese trabajo. Mi amiga, discreta y poco dada al botafumeiro personal, ha tenido que ver cómo su nombre y su esfuerzo se diluían en la nada una vez que la misión -de la que ella podría rubricar no menos del 80 por 100- veía la luz y era objeto de reconocimientos y redobles de tambores.

No iré más allá para no comprometerla. Es posible que estas líneas le parezcan mal, y espero que me perdone. Me consta que ella no esperaba un aplauso ni por supuesto que su nombre apareciera destacado en las crónicas y eventos asociados a la obra. Simplemente quería no haber sido invisible ni alienada a tortazos. O eso pienso porque ella no me lo ha dicho así. Sólo pretendía, me parece, que su labor -larga, brillante y urdida en condiciones nada envidiables, os lo aseguro- se viera recompensada lo justo. Anhelaba ese mínimo tan básico que es la consideración. Pero unas manos negras han cubierto su cara y bien por descuido, bien por falta de sensibilidad, bien por mezquindad, bien por miedo -o una mezcla de todo-, la han apartado sin contemplaciones del fruto de su esfuerzo con tal ausencia de delicadeza que anda más desconcertada y triste que iracunda.
 
Esta semana he tenido algunos encuentros que no voy a olvidar. El primero con Antonio López, el pintor, en su estudio de Madrid. Un espacio destartalado y luminoso donde lo esencial -esculturas a medio hacer, aperos de artista y algún lienzo esquinado -acecha y te rodea y asombra  y lo accesorio -una mesa camilla humilde en una salita que podría ser de casa de pueblo, tal vez en Tomelloso- te cobija mientras te alimentas de las palabras de este hombre honesto y sin impostura que habla con la sabiduría del que fue y volvió, pero no siente que ha llegado. Sin lugares comunes. Sin verdades absolutas. Eligiendo cada palabra con mimo, como si al pronunciarla pintara en un lienzo delicado. Con una humildad y sencillez que te desarman.

Antonio López

Sentada frente a él, tras responder a mis preguntas atolondradas, quiso saber: “¿Y tú qué has estudiado? ¿Qué autores buenos hay ahora? Yo leo a diario pero me quedé en los míos, la generación del 98…” Y su mirada vivaz a los ochenta que ya cumplió era un aliento estimulante  y yo una niña hipnotizada.

Le recordé que en una entrevista  él había dicho una frase que me impactó, pero cuyo contexto no recordaba: “El cobarde se defiende como puede“. Él me escuchó con atención y me aseguró que no sabía a qué podía referirse: “Podría decirse la mujer se defiende como puede, o el político…quién sabe”. Y luego, casi al irnos, me dedicó el mejor piropo que me han dicho en mucho tiempo y que no repetiré por pudor mientras nos abrazábamos y sentía el gozo de haber estado con alguien excepcional. Un hombre sin arrogancia ni miedo al otro. “Yo voy por la vida confiado, es mi forma de ser”.

El miedoso suele ser cobarde. Ocurre a menudo. No lo es otra persona con la que hablé el viernes y me confesó que se había postulado para un puesto. “Mira, tengo una teoría muy chunga. El mundo se mueve por tres cosas: El dinero, el sexo y el miedo. Yo a veces tengo miedo, pero siento que debo vencerlo porque si callas dejas que sucedan las cosas”. Le di la enhorabuena por su valor. Ella tampoco se defiende. Es impetuosa y a veces anda como pollo sin cabeza, pero siempre he admirado su seguridad, la naturalidad con la que trata a todo el mundo, sea quien sea, y recuerdo que cuando le dediqué el libro puse algo así como “se nota que te han querido bien”.

En aguas revueltas el miedo campa por sus fueros. Los cobardes dicen una cosa y hacen otra, las fuerzas se reequilibran y los mercaderes de la hipocresía hacen su agosto. El miedo es libre, se dice. También puede ser una amenaza y el arma con el que juegan los mediocres.

Anoche en un bar -tercer encuentro-hablaba con un hombre que se borra a sí mismo y rezuma talento. Delante de sendas cañas glosamos a tantos invisibles y disertamos sobre el miedo; de cobardes y mezquinos que se defienden a manotazos. Del gusto que daría montar una plataforma de visibilidad para talentos que no se ven, pero están y merecen su brillo. El reconocimiento, eso tan caro al parecer pero tan necesario.

Entendí más que nunca que soy privilegiada por ser visible y creo que más o menos reconocida. Me propuse cuidarme más que nunca de reconocer a los demás y lustrar brillos ajenos. Es una misión y es un propósito.

Temer al que puede ser mejor que uno envenena y maldice, aunque no sea noticia en los periódicos y los cobardes reinen y se alimenten de sus egos maltrechos y dolientes (malolientes).