-De repente me doy cuenta de que me he convertido en un hombre de cuarenta años, soltero y con gato.

Me gusta comprobar la reversibilidad unisex de algunos tópicos. Que un hombre te hable de soledad y la ligue a un felino es un hallazgo conmovedor. La frase resume toda la fragilidad y un rechazo radical a defender esa presunta arrogancia masculina de serie. La crisis de los cuarenta consistía en que las mujeres sacábamos una pancarta sobre la pérdida de tersura y los hombres un escudo para salir a pelear, convencidos de estar en su mejor momento.

Pero hay hombres que entregan sus armas y atan un pañuelo blanco a su armadura.

“No tengo escudo protector, mi cuerpo está lleno de cicatrices”

Mantendré en secreto la identidad de mis dos confidentes, que ayer me recordaron que hay hombres en transformación que han aprendido que no ocultar la debilidad es el primer mandamiento de la fortaleza.

-Estoy harto de esas mujeres que te advierten a la primera de cambio que son “muy exigentes” (exigen que estés ahí donde ponen la marca y que seas como ellas quieren). Y de esas otras que te venden que la belleza no importa pero siempre se lían con los guapos.
-Hay mujeres que van al amor como van a la guerra. ¿Te acuerdas?

Barcelona. Dos amigos bajan la Rambla del brazo intercambiando preguntas del cuestionario Proust.

-¿Cuál es tu peor defecto?, quiere saber ella
-La introversión. ¿El tuyo?
-La impaciencia.
-¿Dónde y cuándo fuiste más feliz?
-Aquí y ahora. Siempre aquí y ahora. ¿Tú?
-No lo sé, pero sí sé que cuando más infeliz me sentía era atada a una relación agotada.

El hombre soltero y con gato cambia de tercio y confiesa que detesta un patrón estético de mujer. La del tanga a la vista con uñas rojas descascarilladas. “Y las que leen libros de autoayuda y te apestan la casa con incienso”. Su amiga desvela que, por su parte, huye del perroflautismo y del tofu, de los tipos que no leen ni hacen deporte. De los que miran a todas estando ella delante. “Me gustan los hombres que me hacen preguntas, no esos monologuistas profesionales que utilizan el tú para hablar de sí mismos”.

Plaza de Cataluña. 13,30 horas. El tiempo de la confidencia se agota. Pero él quiere saber más.

-¿Cuáles son los mínimos que le pides a una pareja?
-Que no compita conmigo y que cuando estemos con más gente no haga eso tan feo de dirigirse a todos los interlocutores menos a mí.
-Yo pido que sea honesta, atractiva aunque no necesariamente guapa. Y agradezco, desde luego, el sentido del humor.
-Yo también, pero no pretendo encontrar a un hombre “que me haga reír”, ese tópico absurdo. No quiero un bufón. Ya me río yo sola…

El hombre del gato y su amiga se despiden con un largo abrazo. Él le regala a ella “María Estuardo”, de Stefan Zweig, y un piropo amoroso: “Si viviera en Madrid te acompañaría cada tarde hasta el portal y hablaríamos de todo, como ahora”. Ella responde: “A partir de ahora dejaré de pensar que los que viven con gatos son espíritus huraños. Dale un beso a Huguito de mi parte en el hocico”.