Ni trigo, ni dulces, ni lácteos.

Si te quitan todo lo que te gusta, te queda lo que te conviene.

Lo que te conviene no suele ser muy sexy, convengamos. Te conviene dormir ocho horas, desayunar achicoria en lugar de café, ingerir gotas homeopáticas que saben a rayos y centellas, bajarte cinco centímetros del tacón y salir con amigos -gays mayormente- que te besan en lugar de con hombres inconvenientes que querrían besarte.

Te conviene fingir que no lo has visto. Apuntarte al gimnasio que huele a pie sudado porque correr de madrugada en un parque oscuro y solitario es provocar al chupacabras.

Te conviene viajar a donde sea, como sea, en cuanto sea posible. Y dejar de comprarte zapatos que te llaman desde los escaparates. Esos oéanos de cristal repletos de sirenas tentadoras.

Lo que te conviene limpiará tu hígado, tu páncreas, tu intestino. Las vísceras, la parte más innoble de tu cuerpo.

O eso dicen…

De entre todas las vísceras, amo a los callos. Y al parecer me pueden seguir conveniendo. Claro que sin mojar el pan en la salsa picante y gelatinosa, no les veré la gracia. Tampoco al jamón, por muchas jotas que atesore.

(¿El sexo sin pan se llamará tantrismo? ¿La música sin pan será dodecafónica?)

Si que quitan lo que te gusta, te queda lo que te asusta.

Sea bienvenido el sobresalto permanente. Con una copa de vino, que gusta y al parecer -¡milagro!- también conviene.