Mi querida Big Bang:

El salón de mi bruja huele a coliflor. En realidad, no es un salón, Es una salita de dos por dos metros, con una mesa camilla cubierta con tapete de ganchillo beige y funda de plástico, una tele desproporcionadamente grande y cortinas de cretona sintética mugrientas. A un lado, las consabidas lechuzas de porcelana, y una pila de revistas del corazón. Llego pronto y la bruja madre me pide que me siente a su lado a ver la tele. Coge un pitillo y lo enciende con un enorme mechero en forma de meteorito estrellado. Estamos tan pegadas que me trago su humo y hasta su aura. Me cuenta que la cosa va retrasada -“una que ha venido muy desesperada, la mujer, a deshacer un mal fario”- y hace ademán de ventilar el aire, como si por arte de birlibirloke y sin abrir la ventana pudiera evaporarse la peste a puchero. Se hace de noche.

“Pasa, chati”, brama por fin la pitonisa. Y entro en la zona noble. Otro cuartucho mal iluminado y con olor a rancio. Otra mesa camilla con la funda desgastada y cercos negros. Unas manos deformadas de tanto barajar las cartas, uñas de largo desigual, justitas de higiene. Cómo echo de menos a Elena Boham Carter, esa brujilla aristocrática. Eso sí, seguro que me miraría por encima del hombro, no como la mía, que me llama por mi nombre en diminutivo y me encuentra siempre guapa. “La última vez creo recordar que venías con cara de ajo puerro…” (Pues serás vidente, pero un rato falsa, porque me pediste el nombre de mi peluquero. Cosa que, por cierto, deberías haber adivinado).

El mazo de las cartas, sobre la mesa. Yo lo miro de reojo y ella no se arranca. Que si tiene una artrosis del carajo, que si se ha hecho esta analítica y aquella, que si de pequeña tomaba un jarabe para perros, que si…Pasan los minutos, corren el contador y mi paciencia. Dirás que me lo he buscado por contratar consultoras del más allá, pero es que el más acá me tiene desorientada y necesito estímulos extra. Una solución quiero. Y en su lugar me encuentro a una hipocondriaca que aprovecha para soltarme sus inmundicias en lugar de centrarse en la bola de cristal, como es debido.

“Chati, aquí no hay mal de ojo, tú tranqui”. Baraja y corta. Me pide fechas, suma vertiginosa sobre un papel de envolver pescado y me tranquiliza cuando salen la muerte y su guadaña. “Que no, que te he dicho mil veces que no es que vayas a palmar, es que va haber cambios en tu vida”. Lo que sigue es una secuencia más propia de “Conocerás al hombre de tus suños”, de Woody Allen, que de una sesión esotérica como dios manda. “Regresa un amor de hace cinco años, un Tauro”. Y yo: “No hay un Tauro datado en esa fecha”. “¿Para qué has ido al ginecólogo?” Para lo que vamos todas una vez al año, no te j…e. “Veo un viaje con mar…” Sí, la Semana Santa está cerca…

Desalentador. Mi bruja de cabecera ha perdido facultades o yo me he vuelto descreída y soy opaca a su mirada. Hace mucho calor. Huele a sudor, a polvo acumulado, a laca Pantene caducada … No tengo más preguntas. Ella está nerviosa. Aún quedan 10 minutos. Vuelve a su psoriasis, a su teoría de los flujos sanguíneos, me diagnostica tres o cuatro dolencias, me advierte contra un Piscis…Ah, no, es un Sagitario. La miro con lástima. Saco el monedero y le tiendo los billetes. “Espera, una última tirada…”. Le digo que no, que gracias. Vuelvo al mundo racional. Al real life. Se acabaron los conjuros y los limones enterrados a la luz de la luna. Los pijamas rojos para dormir y los ajos para ahuyentar vampiros.

Qué aburrido va a ser todo a partir de ahora.