Mi querida Big-Bang:

Nueve de cada diez personas que me rodean piensan que mi trabajo es una fruslería. Que para entrar me hicieron una única prueba: número de cm de tacón que aguantas en un sarao estándar sin parecer una mamarracha. O pareciéndolo. El otro día, en una cena, mi querida M. lo dejó caer con sutileza: “mira ésta, que hace unos años iba con botas planas y sin maquillar…” De las mechas no dijo nada, la jodía, y podía haberse ensañado porque es de las pocas personas que guarda fotos mías con atroces moldeadores a finales de los ochenta. Y con calentadores en los pies.

Nueve de cada diez personas de mi entorno forman parte del clan del flexo. Cuando van a trabajar, por la mañana, se plantan el look que prepararon la noche anterior, agotadas. Tienen jefes capullos que las miran con cara de “tú serás la siguiente, nena”, y pasan el día entero sin levantar el culo del asiento ni tratar con gente ajena a su edificio (que a veces es inteligente). Así transcurren los años y tragan quina Santa Catalina, para que luego lleguen las del clan del tacón y les den por saco con batallitas sucedidas en fiestas donde hay modeluquis macizas y actores cañón, además de un mueble bar que haría las delicias de Sue Ellen.

Pues que sepáis todos que esta vida es muy dura y sacrificada. Que no está ni agradecido ni pagado que a cierta hora de la noche una tenga que cambiar su bata boatiné por un modelazo de Celine, un suponer, y echarse a la calle con los zancos a parecer inteligente con un gin tonic en la mano, con la agustito que estaría con unas pantuflas y un Mariano a mi vera bostezando con el mando de la tele entre las manos.

Que sería mucho más feliz vistiéndome de Nochevieja para ir a la cena de Navidad de la empresa del brazo de mi hombre. Así fue el otro día L., en calidad de esposa devota, jurando por san pito pato y todos sus descendientes. El hombre trabaja en una empresa tecnológica puntera, que tuvo a bien celebrar el sarao en la sala del vending. Con esos flexos de luz blanca en el techo que sientan tan bien a las arrugas e imperfecciones. Allí comprobó que cuando la mujer tecnológica se prepara para salir, no escatima: “Había lamés dorados, lentejuelas salteadas, leopardo en degradé y mucha teta repretona con escotes prometedores.Y un crisol de zapatos de fantasía a conjunto con el bolso”, relata.

Sí,mi L. de esmoquin y con 15 cm de Miu Miu en los pies, era contemplada como una de las lagartas de la serie V, esa que allimentó nuestra fantasía de comer ratones en 1985. Y en cuanto llegó se dio cuenta de una realidad: las del flexo eran mayoría, llevaban brushing con tirabuzones en el pelo y estaban dispuestas a todo con tal de demostrar a esa cucarachilla esnob quién mandaba en el vending y en sus machos dominantes.

Así que en adelante no me quejaré jamás de mi suerte. Necesito un baño de realidad semejante al de L. para volver a enamorarme de mis actividades intelectuales. Voy a poner en elcabecero de mi cama dos objetos fetiche de mi último sarao:una foto de fotomatón haciendo caritas con cierto torero ligonzuelo y otra bailando con L. bajo una bola de espejos al son de Aretha Franklin.

Esta es mi real life, mi flexo después de una jornada de muchas horas de flexo que no luce ni da destellos.

Y lo demás es Robespierre!