Me cuenta M. por teléfono que un juez ha sentenciado que la inmobiliaria que los engañó les debe pagar los 180.000 euros que les estafaron. Me cuenta que no los van a cobrar jamás. Que eran sus ahorros de toda la vida, su plan de jubilación. Y me cuenta que ella y J., su marido, estarán arruinados, pero van a salir a buscar leña. Que hace un día espléndido en nuestro paraíso astur, una de esas mañanas invernales de cielo limpio, azul, velazqueño,  y que “lo importante es la salud. Y el amor, churrina”. Le digo que tiene razón.

Me recuerda por mail mi gestora del banco que quedan pocos días para hacer la aportación a mi plan de jubilación. Me dan ganas de contestarle “igual os demando por manipular el Euribor, que he visto en el Telediario que sois una de las entidades responsables”.  Pero en su lugar le doy las instrucciones para que ingresen una cantidad desgravable en un plan que no me hará una jubilada solvente, precisamente. Me imagino saliendo a coger leña como M. y J., mis amigos. Una pareja que se quiere y que se cuida hace más de cuarenta años. Pienso que la felicidad podría ser salir con un ser querido a coger leña un sábado de invierno, y luego tomar el aperitivo mientras lees los periódicos. Con salud. Desde luego.

Por la noche, sigo leyendo a Pániker -lo alterno con otras lecturas más ligeras- y lloro sin contención al llegar a la muerte de la hija. Subrayo entre lágrimas con un lápiz de ojos de Chanel, lo que tenía más a mano el día que arranqué el libro, que ya se ha convertido en imprescindible. Su trazo es lento, rugoso y a ratos deshilachado, pero me gusta la mina blanda y gris con destellos. Me parece un lujo asumible. Además, si lloras no debes pintarte los ojos. Ese es el primer mandamiento de la tristeza.

La lista de propósitos y obligaciones, sin embargo, la hago crecer con mis edding azules. Los del trazo firme. Los del know how. Desprovistos de sentimiento. Ejecutivos. Cada tachón me libera de una carga mental considerable. Pero me crecen los enanos porque la lista no parece tener fin. Como una web in progress permanente. Asumo que no sé rematar. Que abandono por pánico las listas. Me dan ganas de salir a por leña y esperar que los duendes me hagan la compra, la comida y me besen en la frente. Y que el Paracetamol, una de las escasas medicinas que tolera mi organismo, consiga superpoderes por alguna alquimia mágica del azar o del destino.

Otro mail sin sentimiento, el del gestor, me recuerda que en breve seré presidenta de la comunidad de vecinos. Un cargo nada desdeñable si te excitan los cargos. Un marrón del carajo la vela. Me dan ganas de dimitir antes de tomar el cetro. Una predimisión, diríamos. Lo apunto con edding rojo, el de las alarmas, al final de la lista. En lugar de salir a cortar leña me tocará negociar el precio del gasoil y esquivar al portero, que me espera ansioso cada tarde para pegar la hebra. Y eso siendo vicepresidenta. A partir de enero me temo lo peor.

Amanece ya, un cielo velazqueño. Frío, azul grisáceo hasta que el sol se le apodere y lo haga suyo.