Mi querida Big-Bang:

Una fuerza superior a mi voluntad me impide deshacerme de los platos desportillados, de los viejos jerseys con bolas y de los leggins color panza de burro de andar por casa. Una vez conocí a una mujer que aseguraba que odiaba estrenar, hasta el punto que cuando compraba una prenda hacía ponérsela a su marido para que perdiera el apresto. Yo imaginaba al pobre hombre travestido, subido en unos stilettos por amor, pasillo arriba, pasillo abajo, hasta que la rígida horma era sometida, y me daba la risa. Dos fobias opuestas, un punto en común: la necesidad desesperada de reconocerte en tus objetos.

Tranquila, soy selectiva en lo mío. Mi armario y mi alacena no son los de un chamarilero, que una tiene su glamour y el espacio limitado por dos fieras que colonizan a su antojo. Pero mi ausencia de vida interior me empuja a encariñarme con entes que me den un barniz de eternidad, como Iker Jiménez se encariña con el Chupacabras o las caras de Balmez.

Luego están mis cajones del caos. Esos agujeros negros donde conviven las pilas gastadas con viejas monturas de gafas y bolsas de pesetas con prismáticos. Tengo sólo cuatro, no hace falta que subrayes nada en tu libreta ni busques remedio en el vademécum. “Todas las escrupulosas son guarras”, decía mi abuela. Y una vez más, tenía razón. Digamos que soy una falsa ordenada, una desquiciada de perfil bajo con urbanizaciones de ácaros bajo las alfombras.

Hasta hoy. Toca limpieza general y tengo el hacha en la mano. No pienso volver a Sicilia, patria del desamor, así que bye, bye, guía Trotamundos. De Cavafis me quedo con Ítaca, claro:”No temas a los lestrigones ni a los cíclopes, ni al colérico Posidón”…¿Quién dijo que los libros arden mal? Yo sí que soy la chica que soñaba con un bidón de gasolina, y hasta ahí llega mi conocimiento del sueco ése que murió sin conocer el alcance de su gloria. Una egolatría menos, apunto.

Una vez tuve una cuñada hierbas que comía tofu, militaba la religión anticonsumo y hacía cursos de espiritualidad donde el amor astral se demostraba frotando pubis con pubis. Un día nos invitó a toda la familia a un planazo de convivencia y armonía: su mudanza. Del cajón de la ropa interior salieron no menos de doscientas bragas, y había zapatos hasta en el botiquín. “El equivalente a subir a un barco de Greenpeace y encontrar al jefe torturando a una ballena”, pensamos todos.

Somos lo que guardamos, y a mí me sobran varias toneladas. Temblad, objetos míos, que los días de indulto general han terminado. Mañana seré noticia en Madrid Directo y la vecina de enfrente llevará mi suti de La Perla. Eso sí que es eternidad, y lo demás tontería.