Mi querida Big-Bang:

Mi adolescente está muy mosqueada porque ha visto en el Cuore que a la hija de Madonna -de su misma edad- se le permite ir maquillada como Lady Gaga y vestida cual mamarracha rockera pasada de pastis. “Tú eres una antigua disfrazada de moderna, una falsa”, me suelta la deslenguada cuando le digo que para ser Lourdes María hay que tener una madre con un historial sexual de muchas campanillas, un novio brasileño de 30 años y medias de rejilla desgarradas hasta para hacer jogging. Amén de darle a la Kábalah. Y no es el caso. “Mamá, ¿y una raya en el ojo los viernes no podrías dejarme?”, insiste. No, jamía, que las rayas las carga el diablo.

No sabe la jodía de la niña de mi admiración secreta por la diva de los corsés puntiagudos. Una mujer que dice que le vale cualquier hombre, sea de la edad que sea, “con tal de que sepa vestirse solo”, es mi musa. Aunque me cuesta perdonarle que dejara a ese pedazo de hijo de la Gran Bretaña en la cuneta. Claro que después de ver su enclenque versión de “Sherlock Holmes” la entendí un poco más. Y encima el tipo es un intenso.

Sí, a los cincuenta y tantos habría que estar de vuelta de todo. Yo había diseñado para mí una cincuentena furiosa, rodeada de amigas peor conservadas y cerca de una clínica de estética donde un doctor Chams cualquiera me chutara cada mañana un cocktail de vitaminas, hormonas y drogas de la felicidad. Quería ser una mujer desesperada en un Wisteria Lane lleno de jardineros macizos y fontaneros de diseño a los que pegaría palmaditas en el culo por las mañanas. Pero los sueños, sueños son, como dijo Calderón, y ahora me veo más bien como una madre retrógrada que vigila a hurtadillas el look de las Chukis los viernes por la noche. Patético.

Porque dirás que me altero por nada, pero ¿qué harías tú si pillaras a la de catorce con un tanga y un suti tuyos de los de “serie A”, o sea, de esos que guardas en la esquina del cajón, para noches de lujuria y azoteas? (escasas como los tréboles de cuatro hojas, pero no por ello menos memorables) ¿Y si tu perfume más evocador empieza a mermar demasiado rápido? ¿Y si el rouge sangre de pichón de Chanel aparece con la punta chafada y un centímetro menos de barra? Sospechoso, muy sospechoso.

Creo que me estoy equivocando. Creo que tanta esquizofrenia no es educativa y que me van a salir dos monstruos. Debo centrarme en un modelo: Madonna o María Ostiz (la versión retro de Dolores de Cospedal). Si no quiero gestar Lourdes Marías tendré que llevar blusas camiseras, faldas por debajo de la rodilla y sostenes marrón clarito con refuerzo. En mi estantería, sólo Pablos Coelhos y meapiladas de ese estilo. Maquillajes en castos tonos naturales, tacón de cuatro centímetros, novios cincuentones con problemas de próstata que me saquen de paseo y a cenar a restaurantes rancios, el Telva en la mesilla, un brushing semanal en la peluquería del barrio, manicura francesa, la banda sonora de “Titanic” como hit parade musical, aperitivo los domingos a la una, clases de baile de salón sin Richard Gere los jueves, jornadas Thermomix como terapia de grupo… Y desterrar para siempre las bolas chinas, el vibrador pintalabios, las sesiones de cine de arte y engaño, el gin-tonic, las mechas platino y el glamourazo festivalero con tacón de aguja…

No, no, no puedo soportarlo!!!! En cuanto se levante la adolescente chunga le paso mis pinturas de guerra y pongo a tope “Like a Virgin”. Si hay que elegir, que sea a la más grande. Y ya recurriremos a la Kabalah si la cosa se nos va demasiado de las manos…