Mi querida Big-Bang

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¿Es peor que te acusen de ser una madre obsesivo/compulsiva o melasudista? A mí, de entrada, los hijos me parecen seres extraterrestres, apéndices porculeros con vida propia. No me siento fracasada cuando una catea cinco ni cuando sale a la calle vestida de nabokovina, con unos jeans diminutos y raya en el ojo de mamarracha. Si acaso, le pido amablemente que se adelante y finjamos que no nos conocemos. Tampoco me abochorno cuando me suelta alguna de esas expresiones de la filosofía hannamontanesca, tipo: “no te motives, anda!”. Si acaso, le sacudo con la RAE y le explico lo que significa motivarse. “Eso a lo que obedecen vuestras hormonas adolescentes, que no vuestro cerebro hueco, monina”.
Todo es mentira. Por mucho que quieras distanciarte, lo que hacen tus chukis tiene un punto reflejo en ti, como los famosos meridianos de la medicina china. Así, cuando minichuki cruzó el otro día la línea de meta hecha una exhalación, con su estatura diminuta y su fuerza gigante, la emoción me hizo llorar. También cuando subimos al autobús y el conductor me dijo: “Enhorabuena por su chaval (sí, no lleva pendientes). Es de los pocos niños que saludan al subir”. Pero nada me pone más loca que cuando utiliza bien el diccionario, pese a su edad: “Oye, no me subestimes”, le soltó el otro día a la adolescente furibunda, y se quedó tan ancha. “¿Subesti qué?”, respondió la otra.
No es que la enana sea un crack, es que retiene todo lo que ve en la tele. “Me gusta mucho el porno, mami”, me soltó un día. ¿Ah, síiii? (imagínese mi cara de terror). “Sí, esos que se acuestan desnudos y hacen el amor”. Una vez ahí, el melasudismo -hoy me la suda, mañana lo mismo- es la mejor opción de la madre moderna. Pero no, chuki macho no se rinde. “Verás, antes los besos me daban asco, pero ahora ya no”. Y yo, bajito: ¿por qué?. “Pues porque ahora soy más limpia, mami”.
Odio a las madres militantes. A las que sufren con los deberes de sus hijos como si se jugaran ellas el aprobado o el suspenso. Detesto a esas madres que se lanzan a por el profesor cuando se lo encuentran en el bar, fuera de servicio. A las que confeccionan los disfraces de diseño para la fiesta de fin de curso porque al lucirse sus retoños (así los llaman, puajjjjj) se lucen ellas también. A las que hacen la cena en función de lo que los niños comieron a mediodía. Estrictamente y con la tabla calórica pegada con imanes en la nevera. Son perfectas, como esa Bree Van der Kamp de Mujeres Desesperadas. Yo no.
Pero lo que no soporto es que alguien me diga “deja de ser tan melasudista” cuando estoy de vacaciones. Tengo derecho a dejar de ser madre un rato. Y las chukis tienen derecho a perderme de vista y dar por saco mientras yo finjo que no las escucho. Y miro a través de ellas. Y le pego un trago a mi gin-tonic.
Hay que darse vacaciones de uno mismo. Y sobre todo, de los hijos. También lo llaman descanso eterno.