Mi querida Big-Bang:

He soñado con el Leviatán de Thomas Hobbes. Lo estudiábamos en la facultad, con la ayuda inestimable de un profesor que parecía sacado del libro de Los tres mosqueteros. Un tipo triste, con perilla, que era muy consciente de que a aquel atajo de abúlicos había que contarles cuentos con monstruos para sacarlos del tedio. Lo mismo que hace Hollywood. Leviatán se nos antojaba una gran serpiente marina, pero en realidad era el Estado soberano y autoritario. El mismo que ahora pretende que no pasemos de 110 km/hora al volante, que no fumemos cerca de un colegio, que cumplamos con el fisco, que delatemos al traidor y que nos vayamos a dormir rezando cuatro esquinitas tiene mi cama.

“Es por vuestro bien”, nos dicen. Y eso me sobresalta aún más, porque uno esgrime ese argumento cuando no le queda otra. Yo misma, a las chukis, las arrastro a ver cuadros los domingos con la cantinela de que si no terminarán sirviendo copas en un bar. O puede que no, porque para entonces lo mismo Leviatán ha dispuesto volver a la ley seca y los puestos vacantes para vagos (y maleantes) son guardaespaldas de Al Capone recidivo, o matón a sueldo, o reponedor de zulos con botellas de Jack Daniel´s.

“Mola, mamá, me pido matón”, dice la destroyer de la chuki pequeña, que gasta maneras del hampa desde que nació y colecciona monstruos voladores. Es tan contemporánea que ha ido evolucionando con los tiempos. De pequeña escondía todo lo que llevara caballos -cartas de baraja española, sobre todo- en un escondite, hasta que confesó: “Mira (mostrándome una pelusilla morena a la altura de su nuca) creo que estoy a punto de convertirme en un caballo”. No me quedó más salida que negociar la devolución de la mitad del botín esgrimiendo el argumento definitivo: “Es por tu bien”.

Sí, todos somos Leviatán cuando nos tocan la capa más superficial. Y como “el hombre es un lobo para el hombre” -frase de Hobbes que el triste nos hacía subrayar en rojo- agradecemos la tutela de la serpiente marina como los chinos la llegada del año del Conejo. Lo malo de la serpiente es que tiene un apetito voraz, y lo mismo termina prohibiendo las mechas, los besos a tornillo, el coleccionismo de cromos, o la desidia existencial.

Así que me declaro en rebeldía y para escenificarlo voy a echarme un cigarrito, ya que no fumo, y a refugiarme en Daniel Canogar con mis Chukis, a las que he engañado asegurando que salen buceadores por los sumideros del lavabo en una instalación tan divertida como los monstruos voladores. Después, aperitivo con refresco y a casa a estudiar. ¿Por qué? Por su bien -habemus Leviatán-y porque para trabajar para el hampa siempre hay tiempo, chitinas.