Lee y borra“, me dijo M. tras confiarme su secreto en cuatro líneas, y lo hice al instante.

Podría contar mi existencia reciente por los “lee y borra” que ejecuto, obediente, por los (escasos) “lee” que no borro, por los borrados que no leí y por los que no escribo y se me quedan yermos en la punta de los dedos, contenidos, enquistados de pus o sangre roja, para encharcar a algún ciclista bobo en la corbata y después ordenar, la pura costra: “lee y borra”(pedalea y calla). O “por favor no leas y me borro”. O “bórrame una vez más, que ya lo hiciste”. O: lee, ¿qué haces que no lees en lugar de tocarte la barbilla y burlar esos charcos invisibles de la city como una rayuela vengativa llamada carril bici y mal pintada?.

Uno es escritor y a veces escribe. Otras sólo mira y siente como lo haría un escritor, pero no arranca una palabra, el folio en blanco. Y luego están los muchos que rellenan el blanco sin nada que contar, y los publican. Quien escribe espoleado por el hambre lee y se borra, fantasmal y huérfano de textos formidables que no llegan. Y es siempre solitario aunque su agenda escupa sobredosis de citas y paréntesis: dress code, literary chic sin estridencias (por ejemplo).

Ayer mi agenda me llevó a cerrar un círculo gozoso. Ya había escrito hace dos años un post tras la lectura apasionada de un libro titulado Matate, amor de Ariana Harwicz, brillante escritora argentina que en 2012 no conocía ni siquiera de oídas. Lo titulé “Un marido es un hombre que te da besos sin lengua” y se convirtió además en un capítulo de  “La vida en cinco minutos” (productplacement, sí) que acaba con una interpelación directa a la autora: “Un marido es un hombre que te da besos sin lengua, Ariana. Hablemos de eso cuando vos quieras. La peor crueldad es siempre refinada como crema brulée”. El viernes pasado recibí un mail de su editora, también desconocida para mí, invitándome a la presentación de la nueva obra de Ariana “La débil mental” (Editorial Mardulce).  Y fue un chispazo. Lamentablemente, me excusé, tengo una cena y no podré ir, pero podríamos vernos en otro momento, en otro lugar. (Lee y no borres).Y así fue.

Hablamos de escritura y de países, de la maternidad mal entendida, de la tortura de un caballo que espanta moscas con las pestañas, de pasarse las horas sin escribir una palabra pero dejando que se te apodere una historia, y te engorde las piernas y los brazos. Le confesé mi escasa mitomanía. No, no suelo quedar con escritores como una fan fatale.  Conozco a algunos que hubiera preferido no conocer, otros me despiertan curiosidad pero no persigo su firma en la primera página ni hacernos una foto y colgarla en Instagran. Pero hay un fulgor brutal, incandescente, cuando puedes hablar de creación sientiéndote entendida sin sentirte petarda ni ampulosa, sin citar a los clásicos, sin dejarte envolver por los modismos intelectuales o el dropping name de turno para exhibir tus plumas.

Ariena Harwicz

Uno escribe porque no le queda otra, estamos de acuerdo Ariana. No es una elección, es un destino. La bombona de oxígeno para no asfixiarse, el cauce para administrar el desencanto, el exceso de yang que te envenena el hígado. La posibilidad de enterrar el pudor de cuando hablas. La cobardía que encuentra una salida al heroísmo discreto. Esa llama del hallazgo de que los dedos cuenten lo que tú no sabías que pensabas.  El striptease sin ver a un Mickey Rourke poniéndose cachondo con la rubia. You can leave your hat on. Yes, you can.

Me he dejado el sombrero, ya podemos seguir con las lecturas. Me espera Ariana en la mesilla, espero que esta noche. Lee y no borres. Un placer conocerte, simpatía inmediata. Si en lugar de escritora hubieras sido peluquera o maestra de pueblo te habría pedido un autógrafo, una firma en la servilleta del café, o una argentinada hecha palabra y ubicada en París, o en ese campo…