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“La regla con respecto al sexo conyugal , si te interesa saberla -y quizá no te interese-es que al cabo de los años no puedes hacer nada que no hayas hecho antes. (…) Nuestra vida sexual es…amistosa. Seguro que hay cosas peores. Mucho peores.” Julian Barnes. Amor, etcétera (Anagrama)

A Minichuki nadie le ha pedido una cita y así me lo hace saber cuando regresa de su semana de campamento. Sus titulares: Ha montado en barca, ha hecho judo, aprendido la postura del loto, repetido lentejas y se ha disfrazado de momia…Pero ningún chico le ha pedido una cita.

-¿Pero de verdad querías que te la pidieran?, inquiero sorprendida.
-Sí, ¡para poder decir que no, ja ja!

A los diez años las reglas del cortejo son básicas pero contundentes. Si no te reclaman, no eres nadie. Independientemente de que estés dispuesta a jugar al amor como quien juega al pilla-pilla.

Sentada en una mesa de muchos, una mujer escucha a un hombre que le dice que es, a su modo de ver, la mujer perfecta. La ha conocido hace apenas media hora, con lo que su atrevimiento es meritorio. “Tú te levantas a las seis de la mañana, hora a la que yo me acuesto -argumenta él- Somos la pareja ideal”.

-Sí, como Lady Halcón y el capitán Etienne Navarre…murmura ella. “Con un poco de suerte, ni nos vemos”.

A su derecha, otro hombre coloca sobre la copa de ella la carta de postres, como en un atril o un altar de ceremonias.

-¿A esto lo llamas tú un cortejo en condiciones?, quiere saber ella.
-Bueno, sí, ya veo que ese está a pico y pala…

A los diez años, como a los cuarenta y tantos, las mujeres agradecemos las muestras de interés. Aunque sea para decir que no. Espero que tal afirmación no haga hervir la sangre de algunas de mis amigas, feministas convencidas que dirían que la respuesta a Minichuki debería haber sido: “Pide tú una cita, ¿por qué tienes que esperar a que sean ellos?”

Y sí, una mujer siempre puede pedir una cita, siempre puede decirle a un hombre (o a otra mujer) que suba a su casa y la abrace. Siempre puede… Pero a veces se ha cansado y necesita el pico y la pala. Aunque sea, insisto, para decir que no. Como Minichuki. Y si no hay intención, prefiere arroparse sola y dejar que el sueño la mezca y la bese con sus brumas. Y ser una  Lady Halcón. Una Michelle Pfeiffer que ya no espera nada de Rutger Hauer, y llega a ese punto en que este se le desdibuja como una figura de carboncillo demasiado sobada.

-¿Lady Halcón?, ¿esa era la película del actor grandullón alemán, no? quiere saber él.
-Sí, es una historia de amor terrible. Por culpa de un hechizo, una pareja que se ama se ve condenada a no encontrarse. De día ella es un halcón y él un hombre. De noche, ella una mujer y él un lobo.
-Qué triste.
-Sí, qué triste.

Pero a Minichuki el drama le parece lo más. Una de aventuras. Como lo de las citas le parece que es la ocasión ideal para dar en las narices a un chico que le gusta porque juega bien al fútbol y es listo, no porque sea guapo. Y en ese punto una madre no da consejos, porque en el fondo la idea le divierte, y en su lugar tiende un hilo a su hija para que la anécdota vaya tomando cortornos de relato. Y las palabras conviertan el desencanto en un himno épico y melancólico como el Coro de los esclavos de Verdi. 

Y entonces Lady Halcón desfrute de su vuelo, lento y majestuoso, mientras el lobo aúlla en solitario. Tal vez otra noche, cuando el terrible hechizo se deshaga…