En la madrugada, corro a ver si mis hijas han llegado de sus respectivas farras nocturnas. La temperatura tibia y el olor dulzón de sus respiraciones me dan la pista y entonces, no puedo evitarlo, me asalta la cantinela del “el rey que tenía tres hijas, las metió en tres botijas y las tapó con pez, ¿quieres que te lo cuente otra vez?”
La mente es traviesa y libérrima a determinados estímulos. La mía, por ejemplo, no sólo se va de paseo con algunos cuentos infantiles o con el himno de la legión del salón de mi infancia. También se excita sobremanera con el “Gaudeamus Igitur”. Ese himno universitario solemne y aguerrido que celebra la vida y la juventud.
Ayer tuve la suerte de escucharlo dentro de los muros del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, triángulo de las Bermudas del saber secular al que vuelvo últimamente con la coartada laboral y el alborozo de una fiesta de fin de curso. Era un acto de Alumni, la vigorosa asociación de antiguos alumnos y alumnas de Fonseca.
Comprobé de nuevo que, cuando más me alejo de mis años de estudiante, más sensible soy al aprendizaje. La curiosidad no asesina neuronas con el paso del tiempo, sino que las estimula con la elastina y el colágeno que pierde la piel en una suerte de transferencia milagrosa y poco agradecida al espejo pero vibrante para el espíritu. (Esa es mi teoría, nada científica pero no pretendo petarlo en el English Journal of Medicine ni en Science. Sigo llevando dentro a la niña de letras del colegio, y el destino se ha vengado a mi favor colocándome en Merck,  una empresa de ciencia y tecnología donde todos mis compañeros/as saben mucho más que yo de los avatares de la vida al microscopio y me ilustran).

Creo que el gran invento por venir no tiene que ver con la realidad aumentada tan de moda. Serían unas gafas que de pequeña te hicieran apreciar el milagro del conocimiento. Hay que ser adulto para demasiadas cosas, a saber: preferir el pescado y las verduras a la carnaza. Salir sin hora de llegada. Entender que el amor eterno es un bonito cuento de hadas (y no frustrarse cuando se marcha), valorar la amistad como el don más longevo, aceptar la soledad como el principio de toda compañía (la de uno consigo mismo), dedicar poco tiempo a los vampiros y nunca nunca ofrecerles tu cuello… Darle cancha a la prueba y error sin que tus padres tengan que firmarte las notas.

Ayer volví a la universidad y aprendí sobre los flancos de la crisis que nos rodea por boca de “veteranos de guerra” como Marcelino Oreja Aguirre y Fernando Ledesma. Escuché a un señor que se llama Antonio Huertas, natural de un pueblo de Extremadura y CEO mundial de Mapfre, reconocer que las empresas lo han hecho mal. Que se siente en deuda con los jóvenes y con los mayores. Que hay que sacudirse la soberbia de pensar que somos mejores que los que vienen detrás. Y escuché a Marieta Jiménez, CEO de Merck, contar en una escena -la de un examen oral de botánica, a sus 19 años- cómo plantó cara a la eminencia que la examinaba para exigir un trato justo con una estrategia de perseverancia digna de best seller de guerra chino.

También aprendí que el público siempre es libre. Y si le ponen a un ministro de Gobierno latinoamericano sospechoso de corrupción no dudará en levantar la mano y pedir explicaciones aunque sea poco gentil. Aunque no estuviera en el guion. Aunque el dios del protocolo solemne de la Universidad más antigua de España levante la ceja y se hiperventile.
Cuando te haces mayor, si has aprendido un poco, aprecias más que nunca las sorpresas del saber. Te emocionas más fácilmente con las palabras de los valientes. Das un corte de mangas a la corrección política… y lloras escuchando el “Gaudeamus Igitur”.

Gaudeamus igitur
Juvenes dum sumus.
Gaudeamus igitur
Juvenes dum sumus.
Post jucundam juventutem
Post molestam senectutem
Nos habebit humus.
Nos habebit humus.
Vita nostra brevis est
Brevi finietur.
Vita nostra brevis est
Brevi finietur.
Venit mors velociter
Rapit nos atrociter
Nemini parcetur.
Nemini parcetur.
Vivant omnes virgines
Faciles, formosae.
Vivant omnes virgines
Faciles, formosae.
Vivant et mulieres
Tenerae amabiles
Bonae