Soy una mentira, un bluff, una madame sin porcentaje ni bata de seda acrílica. Y esto me inquieta.

Buena parte del tráfico que genera este blog procede de tipos de buscan porno, que teclean palabras que se repiten como : polvos con negros, agujeros, sexo animal o porno bíblico (son ejemplos reales). No es que a mi edad me escandalice ser reclamo de calentorros  teñidos de curiosidad, pero siempre soñé con lectores de cierto calado, intelectuales ma non troppo, seres aptos para la degustación de la espuma de la vida,  exquisitamente frívolos. Instalados en esa equidistancia deliciosa entre la ópera y la canción ligera, el cine de arte y ensayo y  programas casposos del tipo “Mi casa es la mejor”.

Entonces llega el informe de Blogger recordándome quién soy. Y la Lady Chatterley que me habita los jueves y fines de semana alternos pega un respingo no exento de cierta vanidad: “nena, al fin te quedaste para exacerbar instintos en la era del sexo virtual”. Si mi abuela levantara la cabeza me amonestaría como cuando a los 22 años le comuniqué que me iba de casa de mis padres a un pequeño piso de alquiler.

-Eso sólo lo hacen las piculinas. Vente a vivir conmigo…

¿Uno es aquello a lo que atrae?, me pregunto. Porque durante un tiempo fui irresistible para los hombres inmaduros que querían colarme un anillo en el dedo en busca de presunta seguridad. Y alguno, adorable, desde luego, no escatimó esfuerzos y terminó construyendo un  armario para apuntalarse en casa, mientras me invadían esos sudores conocidos, el impulso de la huida, el refugio en la ficción. Y mientras la realidad se teñía de baldas y rieles yo imaginaba estructuras como escaleras de Escher, alambicadas, imposibles, llenas de palabras ajenas a la sección de contactos de los periódicos.

Pero la lujuria me ha ganado la partida. Mis lectores buscan a “Géminis: te recibo en lencería en mi apartamento.  Besos negros. 100 euros completo”, y todo mi ego se ha despeñado por el acantilado. Imagino quién es él, o ella. Lo veo sentado frente a la pantalla, tecleando trémulo de ansiedad las palabras mágicas para entrar, atravesando un espejo como Alicia, en el país de Nunca Jamás del erotismo. Y entonces se encuentran a una mujer de colegio de monjas, insomne y con pretensiones, que se turba y se desbarata y entiende que es la venganza de don Mendo. Que aquí no hay poesía, sino cuartos oscuros, deseos contenidos que estallan contra el plasma de su MacBook. Y hay que ser humilde, hija, decían las monjitas, tan soberbias. Y agacho la cabeza y me confieso: “Ave María Purísima, un ejército de salidos me ronda y no sé cómo espantarlos”.

-Pues haber escrito poemas pastoriles, endecasílabos del amor cortés, hija mía, trovas y quebrantos.

Lo dejo ya, que debo replantear mi estrategia. Tal vez deba empezar por cambiar el nombre a este lugar de encuentros, citar a San Juan de la Cruz con profusión y evitar verbos libidinosos. Palabras que insinúen el pecado. Adjetivos de lujuria y perdición.

Y luego, tal vez, desmontar el armario.