“Que sepas que no eres nadie si no tienes un video porno propio subido en You Tube“.

Me lo dice U., y pone los ojos en blanco para enfatizar aún más la sentencia. Le respondo que espero no encontrármelo en bragas de leopardo y contorsionado en una grabación cutre, porque no podría volver a mirarlo a los ojos.

Todo esto viene, desde luego, al caso de la concejal Olvido Hormigos (tiene nombre de personaje de Delibes), que cometió la torpeza de mandar sus imágenes más atrevidas a un presunto amigo íntimo. Un desalmado capullo que en lugar de mirar y destruir (lo que considero que debe hacerse en estos casos), lo envió urbi et orbe para solaz y jadeo de Yébenes y alrededores. La vergüenza, cuando eres de provincias, de pueblo, es inversamente proporcional al número de habitantes.

Las nuevas tecnologías han ampliado los límites del sexo. Pues muy bien. Los que no hemos ampliado la perspectiva del asunto somos nosotros. Cualquier imagen que uno toma con el teléfono, cualquier grabación, puede terminar en las manos del onanista del tejado o de su prima, una mujer aburrida y socialmente poco exitosa que se pone cachonda mandando intimidades a sus compañeros de oficina, de pleno rural o de patio de colegio.

La pobre Scarlett Johanson tuvo su momentazo. Y su glorioso culo, que lo es, pasó de pantalla en pantalla en lugar de quedarse entre los brazos de su marido, destinatario de una imagen sugerente y perfecta (vamos, que si yo tuviera esas curvas y esa piel estaría fingiendo descuidos con el móvil a todas horas). Pero Hormigos, siendo atractiva, no está tan buena y además no se ha contentado con una imagen estática. Y la pobre, ayer, parecía un Ecce Homo (no el de Celicia, pero casi) y tuvo las narices de dar la cara y anunciar que no dimitiría, que no había hecho daño a nadie. Y la aplaudo por ello.

No sé si la concejal es lista o tonta, si ha pecado de ingenua o tiende a piciarla. Pero me da igual. Me parece muy bien que haga con su cuerpo y con su imagen lo que le dé la gana. Y que plante cara a todos esos vecinos que la increpan y murmuran a su paso, mientras se ponen las botas al llegar a casa, semiocultos en un rincón del salón, con fantasías previsibles y el anhelo de encontrársela mañana, de cuerpo presente, en la tienda de ultramarinos del pueblo o en el bar donde desayuna.

Ecce Homo

Para luego comentar con sus mujeres algo así como “menuda guarra”. Y santiguarse y seguir alimentando el caldo del morbo mientras Olvido toma pastillas contra el ídem y aún tiene arrestos para salir en el prime time del Telediario con el brushing de su melena por todo lo alto y una expresión en la mirada triste y un punto desafiante.

Todos somos Hormigos. Este será mi claim del día. Y quien no haya mandado una foto siquiera levemente insinuante a su pareja alguna vez en la vida, que tire la primera piedra.