Querida Big-Bang:

A riesgo de decepcionar a mis fans más selectos he de admitir que me dispongo a viajar en low-cost. Prácticamente me cuesta menos irme que quedarme con la Visa inquieta y los escaparates llamándome a gritos como Drácula a la joven Mina.

He decidido someterme a la dictadura de una línea aérea que me amenaza con mayúsculas: NO PUEDE LLEVAR MÁS QUE UN BULTO DENTRO DEL AVIÓN QUE NO SUPERE LOS 10 KILOS O SE QUEDARÁ EN TIERRA. Se acabaron las sutilezas, nena, asume que eres una mujer low-cost y que la mano negra de la aviación se dispone a fastidiarte por barata y vulgar.

Asumo, claro, que tendré que hacer cola infinita como una turista mochilera, que me pelearé con alguna rabiosa chunga que también quiera fila 3, pasillo, que no me darán ni agua y que daré gracias al cielo si la azafata no me regaña por sacar el pie de mi cubículo o me pega un codazo justo antes del aterrizaje. Pero el billete es tan barato que pienso hacer la vista gorda.

Los mandamientos del bajo coste dejan muy clarito que desde que pones un pie en el avión debes abandonar cualquier susceptibilidad, orgullo, dignidad y maquillaje de Chanel.

Lo barato sale caro, qué gran verdad. Y mi reto es concentrar todo mi glamour en 10 kilos. Bye, bye a mis zapatos Jimmy Choo, que sólo las plataformas superan los 800 gramos. Mi vestido rojo palabra de honor es tan inútil que ya lo he metido en la maleta. Total, por 200 gramillos podré epatar a los locales. Las bragüelas ya las compraré en el destino y el pijama de satén me sobra, porque a los low cost no llevas pareja, que el amor pesa lo suyo.

Eso sí, dentro mis tres cajas de Biodramina, mis cuatro de Dormidina, tapones y antifaz, colirios para lo mío de la vista, analgésicos, antipiréticos y antiinflamatorios. Si me detienen por dopaje improvisaré alguna excusa peliculera o me lo tragaré todo junto y saldré en el Telediario de la noche. Los periodistas del corazón suelen merodear por los aeropuertos y los famosos de hoy en día también son low-cost. O más bien down-cost. Como yo.

Espero que este pecadillo me sea perdonado. La vida en low-cost tiene mucho de aventura y como Callleja aún no me ha invitado al Himalaya debo cubrir mi cupo de emociones fuertes a lo Ryanair. A mi regreso prometo hacer la penitencia que me sea impuesta y hasta hablar con desdén de otros viajes que no sean en el buque-palacio de Hermés. Porque soy una señora, y lo del low cost un pecadillo de juventud que digo yo se puede enjugar con servuicios a la comunidad. Si Naomi Campbell pagó fregando las aceras de New York, yo puedo recoger escombros de Gallardón en la calle Serrano. Volareeeeeeeee!!!!