Los lectores sentirán cómo tiemblan sus ortodoxias y se conmueven sus convicciones” (R.L.Stevenson. Escribir. Páginas de espuma)

Me gusta el sonido del temblor de ortodoxias. Es apenas un murmullo subterráneo que te avisa de que los pilares de tu vida están a un paso de la demolición. Somos un edificio alzado a tortazos, como la catedral kisch que ha construido un anciano a pocos kilómetros de Madrid, con su cúpula, arbotantes y  crucero. Stevenson considera que la mayor amenaza responde al nombre de Montaigne. Y la amante entregada que soy estaría a punto de darle la razón si no fuera porque entiende que otros huracanes nos arrancan de los pelos hasta conseguir que abjuremos a ratos de nuestras convicciones.

La destrucción ordena nuestra vida. El caos que nos demuele y alborota los adentros. El alivio de una tisana de certezas repasadas como uñas que se empeñan en crecer y desbandarse por las yemas de los dedos. Quien no se deja destruir no se construye, huele a naftalina. A cerrado. Esta soy yo y mis convicciones. Mis tropas desplegadas, bruñidas las trompetas. Jericó.

Conviene abrirse de cuando en cuando en canal. Resetearse. Esa era yo esta mañana, anoche me tiré a un tipo del siglo XIX y no se anduvo con remilgos. Ahora duerme, con cara de yo no fui mientras que yo me preparo un agua sucia también llamada té y siento que lo que dije ayer en público, con un micrófono, pudo ser eso mismo u otra cosa. Pero brotaba solo, sin papeles, y una voz gruesa y extraña se expandía por la sala de la Casa de Lector, ese templo sagrado, y veo caras que escuchan y sonríen, y veo a mis dos hijas, dos mujeres, y podría haberme muerto con ese amor tan grande proyectado. Conmovedor, flamígero.

-Mamá, estamos muy orgullosas de ti.
-Gracias, chukinas (de vuelta, en el taxi)
-Yo quería preguntarte cuáles han sido tus influencias literarias pero me ha dado vergüenza.
-¡Vaya, era una gran pregunta!
-Y nunca nos ha molestado que dijeras que a veces tus hijos te caen mal…

Ha caído una teja del tejado, tal vez dos. Mi hermano A. planteaba su estupor cuando me desnudo en estos textos y no me reconoce como hermana. ¿Quién es esa mujer?, trata de colocarme. Otra aberración que pulveriza la ortodoxia y le conmueve. Ayer tantos amigos que son y algunos que se sienten a través de tus letras.  Y esa necesidad urgente de explicarse, vulnerable como ruina de edificio tras el bombardeo. Precisa como un párrafo de Robert Louis. Una historia de amor que nunca muere y se renueva imaginando historias, spin offs necesarios al borde de la locura por tantos locos en mi almohada, en mi mesilla de noche, por las estanterías.

Ser escritor es poder delirar sin que te encierren. Quemar contenedores, mi querida K, sin que huela a goma chamuscada. Matar a tu suegra, vomitar las medicinas. Saltar a la comba y encadenar encuentros con gente que ha encontrado que en tu libro había algo que le planteaba preguntas sin respuesta. Le removía algún cimiento despistado.

Así que gracias, enormes, desmedidas: A mis hijas que asumen que en mi vida hay un amor ardiente que les quita tiempo pero no amenaza su trono y su corona. A mis amigas de siempre, a mis editoras de pronto. A A. , que surgió de repente dos años de silencio después, y me dio una alegría. A el hombre del monopatín, tan brillante y divertido, a mi R. Guadiana, pero noble y al quite. A mis hermanos y cuñadas, mi patria en un mapa pequeño, indestructible. A Fernando Iwasaki y su generosidad hiperbólica, a Karina Sanz Borgo y su audacia -qué lista, qué madura-, a J. , caballero de larga figura, que se llegó hasta allí para besarme y se lo tragó después la noche. A mi D., tan madre como siempre. A J.P y su casco de la moto que lo llevó veloz, a A. y su marido suizo catalán, a mis Marlboroug girls, a B. y su galerismo militante, a F&F, a César Antonio Molina, que no estaba pero me escribió una carta con su sobre…A mi A., futuro marido gay, tan amoroso. A todos los que fueron y no nombro, a los que no pudieron ir y lo sintieron.

A Robert Louis, a Stefan Zweig, a V.Woolf, a David Vann, a Lorrie Moore, a Carver, a Piedad Bonnet, a Gil de Biedma, a Pessoa, a Thomas Berdhardt, a Héctor Abad, a Coetzee, a J.Salter…a Montaigne…a tantos otros. Gracias por destrozarme los cimientos tantas veces.  Os debo muchas convicciones, noches locas, deslumbrada. Espero mi querida I. que eso responda a la pregunta que no te atreviste a hacer…