El domingo empieza eléctrico, con un hallazgo cierto. Una de esas pepitas de oro en el granero literario. Él se llama Suketu Mehta y le pido disculpas anticipadas porque cuando recomiende con vehemencia su libro magnífico “La vida secreta de las ciudades” (Randon House), es más que probable que le llame Sudoku o Zuhbi, se me figura.

Lo que distingue a un rico y a un pobre son los zapatos, sostiene y desarrolla. Se refiere a Bombay, ese país -digo país sin serlo porque lo es en su pulso y sus hechuras, Calcuta es la cuna del autor- . Y no puedo por menos que pensar en esos chicos a los que evidentemente no les sobra el dinero pero calzan zapatillas de deporte de más de cien euros. Los veo en el Metro de Madrid todos los días, entiendo que es la suma rebeldía, el escupitajo en el ojo de quien jamás los invitará a sentarse a su mesa. Pero me gusta la idea de entender al ser humano desde sus pies, sólo por sus pies sudados, eléctricos, apresurados, zambos, inquietos o menesterosos. Alicaídos, torpes, desgarbados.

Pies quietos. Cuando el suelo se mueve conviene alicatarse al suelo, a un suelo amigo que ya tiene la forma de tus huellas (domingo de cocina y música, letras y solitaria diletancia). “La música es la aerolínea más barata“, sostiene Suketu, y añade que siempre es motivo de júbilo cuando el hombre escapa a la historia prevista para él. Yo ahora mismo vuelo al convento de Hildegarda Von Bingen, como me llamo en él, de tan teutona. Espere, Mr Mehta, no me destroce en cada página con bomba de racimo, deme resuello. Deja que me columpie entre los planos de mi casa y piense dónde colgaré esas lámparas diseño industrial que enfriarán la incandescencia de la madera. Por qué quiero pintar esa otra silla en el pantone gristurquesa que me extasia, y que “a ese paso odiarás, de tanto usarlo”, me dice mi impecable Descreído.

Abandono a mi suerte en estampida. Mi ciudad es mi bata, ese atavismo, pijama y zapatillas. Los garbanzos en remojo en la cocina, el aire inquieto, nervioso, que sopla a mi cogote y se llama pensamientos. Turbamulta de eses y de jotas.

Hildegarda Von Bingen

Habla Suketu de las ciudades y su complejidad moral, de conflictos y malvados muy necesitados de contar historias. De esa corriente de barro impetuoso que son las mezclas de locales e inmigrantes, y a ratos salen flores. Entiéndeme Suketu, estoy elaborando al hilo de tus textos y a veces me suelto de manos, como de niña con la bicicleta. Y ya no eres tú sino soy yo con el impulso que me diste en ese párrafo  y compongo un looping en el aire y no enciendo un cigarro porque aún no fumo. Si así fuera…

Podría vivir hoy en tu libro. Tanto que me contiene. Es cálido y flexible, como zapato de rico en Occidente (La India es otra cosa, ya lo sabes).  Y también bisturí que abre mis carnes sin soltar chorro en sangre, de tan preciso.  Óxido y hueso, como aquella película.

Y ahora de pronto  me traes al Marco Polo de Calvino:

“Hay que llorar cada amor perdido, por necesario que fuera perderlo. Cada amor se sacrifica por el que vendrá a continuación. Me voy con la promesa de volver, aunque para entonces ella será otra mujer”.

Qué suerte estar tan viva y sentir vértigo. Una semana es mucho, le quedan siete días.