Mi querida Big-Bang:

Hay noches que te dejan el estómago sucio, como lleno de borra de café. A mí lo del muesli siempre me ha parecido asqueroso, por mucho que lo anuncien mujeres cañón embutidas en camisetas blanco nuclear a conjunto con unos jeans que hay que ser Kate Moss para no te marquen lorzas. Pero diría que necesito un lingotazo de pienso de ése para ovejas humanas y un buen brushing, o no habrá quien me saque hoy de casa.

No temas, que las simples no somos depresivas. Si acaso, desaprensivas, pero nunca en un miércoles. Porque el miércoles es un día fronterizo entre los días chungos y los prometedores. Una ciudad sin ley. Un suspiro de nada que debería tener menos horas y más incentivos fiscales. “Jefa. un miércoles de estos me voy a hacer unas pellas que no se las salte un gitano”, le digo a la susodicha con pose chulita para resultar muy convincente. “Vale, sí, lo que quieras, pero vamos a hacer los titulares, chitina”.

Si estuviera bien loca, como otras, montaría una escenita sobreactuada y saldría dando un portazo del despacho, pero mis padres se gastaron un dineral en el colegio privado y no voy a desairarlos. Buscaré otras formas de rebelión más sutiles, como presentarme en una reunión vestida de blanco, comos las chicas Kellogs, con un enorme círculo rojo en la frente, por ejemplo. O tararear La Internacional cuando vengan nuestros dueños from América. ¡A performante no me gana nadie!

También puedo hacerme con un rosario tibetano y rezar de camino a la oficina, como las viejas justo antes de la misa de seis. O llamar al teléfono de la esperanza e inventarme una historia bien truculenta que los tenga en vilo toda la mañana. Eso, o fingir un desmayo, como aquella señora que una vez, en un autobús camino de Canillejas, empezó a gritar que le estaba dando “un colaso”. A mí me dio la risa floja y me tuve que bajar del autobús.

Pongamos que hoy es miércoles y toca rebelión. La buena noticia es que mi amiga A. come conmigo y me trae el instrumento que me convertirá en una novelista de éxito: “A ver si dejas de decir que no escribes porque no tienes el Word, he visto excusas mejores”, amenaza. Cuando la inspiración me arrebate, siempre en miércoles, escribiré compulsivamente sin ducharme ni comer y seré muy vulgar, una especie de Mozart del Word enferma y arrebatada, sinfonía va, sinfonía viene, hasta llegar al Réquiem: “Dies iraeeee”.

Te dejo, que debo prepararme el tazón de cereales, esa mariconada de país desarrollado y satisfecho de sí mismo. Ahí fuera hay cuatro millones de parados. Y es miércoles. Barrunto una huelga general o algo. Y sueño con un jueves que me devuelva la paz y la esperanza.