Mi adolescente ha firmado su primer pacto de tinta. La madre de una de sus mejores amigas les cede un apartamento playero cuando terminen la selectividad en el Miami Vice español. Será su primera escapada sin red. Pero antes las ha reunido para leerles las normas de la estancia, escritas a mano en un cuaderno de cuadrícula escolar. El último de sus vidas (no recuerdo a nadie con cuadernos de cuadritos en la facultad)  Con algunos tachones y toda la sabiduría de una mujer que ha vivido y ha visto, y sabe que las modas, los gadgets tecnológicos y el lenguaje tal vez hayan cambiado, pero no las tentaciones.

1. 0,0 alcohol. Sin comentarios. Alguien ha puesto “O.K”. Año 1990. Cinco chicas de primero de Periodismo cogen un autobús con destino a Oropesa, Alicante (cuando aún no existía un Aznar a la redonda que veraneara allí). Alguna no ha bebido cerveza en su vida y los cubatas ni se contemplan. No hay presupuesto. No hay costumbre. La excitación del viaje, el olor salino de la libertad fuera de casa, por fin fuera, las sumen en una borrachera que durará seis días con sus noches. Para una, la estoy viendo en la foto, flaca,  embutida en un bañador verde manzana, es su primer camping. Le perturban las mujeres desnudas en las duchas y los gritos de las familias sin intimidad dentro de las finas telas de las tiendas. Algún polvo ahogado, ¡será posible que follen sin sordina!. El desorden de los trastos de una casa sin casa y la tele de los porches de las caravanas. ¡¡Manolitoooooooo!!

2.No volver más tarde de las 2 a.m. O.K, rubrican mi hija y sus amigas. Y me temo lo peor. Cómo cumplir un toque de queda cuando no hay madre ni padre esperándote a la vuelta. Juro que si esas chicas se recogen a esa hora serán mis heroínas para siempre. Pero esa madre me parece muy lista porque una barrera psicológica sirve para eso y es probable que en lugar de acostarse a las seis lo hagan a las cuatro. Dos horas de sueño para esos cuerpos reventados de sol y agua, con olor a aftersun y a perfumes dulzones. 1990. Salir de noche con A. de compañera era una gymkana. Cuando se encerraba en el baño tardaba horas en regresar. Una hija única a veces piensa que el baño es suyo, que el mundo es suyo, que el oxígeno le pertenece como las muñecas que no comparte. El resto del grupo la esperábamos, chasqueando la lengua. Ella volvía como si tal cosa y por fin la expedición se ponía en marcha. La del bañador verde recuerda una discoteca en la carretera, el revoltijo frenético de piernas, caderas y brazos. La piel abrasada de la playa que aúlla al roce del tirante. La música atronando los oídos. ¿Cuándo nos vamos, chicas? Y la odisea de la vuelta en autobús, y el ansia de pijama y duro suelo que parece una king size. Y el sol penetrando con sus rayos pocas horas después, impenitente. Calor, mucho calor dentro de esa vieja tienda de tela naranja que huele a plástico y a adolescentes sudando al compás. “Vaya resol”, murmuraba M., dormilona. Y el resol se quedó a vivir con nosotras para siempre, como una cantinela.

3. R. es la responsable de la casa y tenéis que hacerle caso. O.K. Pobre R., condenada a meter en vereda a las amigas.

4.Allí no vais a lavar, así que lleváos toallas, sábanas o saco de dormir. O.K. No, hacer la colada no está contemplado en un viaje de amigas teenagers. Serían freaks.

5.Hay mucho inglés borracho. No digáis a nadie vuestra dirección. O.K. Me parece un consejo fetén y me lo guardo para cuando me toque. En aquel verano de 1990 debió haber ingleses y hasta puede que estuviesen borrachos, pero no se han quedado alojados en la memoria de la flaca y sus amigas (también flacas). Seis mujeres, convengamos, espantan a las hordas masculinas de cualquier nacionalidad. Entrarlas era un reto. Como romper un bloque de hormigón armado. “Eso es mi amiga y tampoco baila”.

6. No os subáis al coche de nadie. O.K. Los coches los carga el diablo.

7.El termo eléctrico da para cinco duchas cortas. Si os laváis el pelo hay que esperar 1 hora a que se caliente. O.K. Qué consejo más práctico, sobre todo teiendo en cuenta que todas se van a lavar el pelo, puede que dos veces diarias, y pocas cosas hay tan molestas como recibir un chorro de agua helada al abrir el grifo.

Dieta básica para bolsillos teen

8.Hay Burguer King y MacDonalds, y muchas pizzerías en el centro. Económico. O.K. Me parece que el objetivo ahorro está muy bien, pero una semana a hamburguesas y pizza es la promesa de averías intestinales y un subidón de colesterol como para colapsar varias arterias. En fin.

9.No subáis ningún chico a casa. O. K. Esta es mi favorita, lo confieso. Leo la norma y veo a mi madre advirtiéndonos de no jugar con chicos. Los chicos debían ser muy malos, pensaba yo. Y esta otra madre, de mi generación, repite el mensaje tal cual nos lo contaron. Y me invade una oleada de ternura. Cuánto tardaron esas chicas de 1990 en entender que “los chicos” no eran un ejército armado hasta los dientes. Que había chicos y chicos, como después habría hombres y un hombre, puede que dos… Y que una vez que subes al chico a casa no debes protegerte sólo de él sino de ti misma. Del calor, choque de trenes. Las hormonas calientes y aún más depués de haber tomado el sol. Despreocupadamente y entonces, en 1990, con menos pánico a sus efectos letales.

Me pregunto por qué esa madre, a la que admiro sin conocer apenas, no ha puesto un décimo punto para redondear la lista, que rematan los nombres y firmas de las adolescentes juramentadas para cumplirlo todo.

Me permito hacerlo yo:

La pesadilla del guiri borracho

10. Hablad y hablad sin recato, esas conversaciones son oro puro, los testimonios de una amistad que puede durar décadas. Esas chicas de 1990 son mujeres, madres, pero además siguen siendo mis amigas del alma. Cada vez que nos juntamos, muy a menudo, volvemos a ser  esas parlanchinas de la tienda de campaña. No estamos tan flacas, pero yo las veo a todas guapísimas, con el rastro que deja una madurez generosa y plena. Hemos crecido, nos hemos enamorado, casado, divorciado y ahora despedimos a nuestras hijas que se van a su camping que es un apartemento en Miami Vice con una lista de promesas y la posibilidad de escribir su propia road movie.

Hacía calor, el resol nos despertaba y M., que ya era nuestra madre, apuraba para preparar el desayuno. Olía a salitre y a café. Y parecía que las horas no morían nunca, y que todo era posible.

11. Una más: No olvidéis la llave dentro de casa.