Mi querida Big-Bang:

La otra noche acudí trotona al estreno de una peli guay, Celda 211. El taxista que me llevó era calvo y escuchaba una ópera finlandesa a todo trapo. “Yo soy taxista, pero no me gustan los taxistas”, me dijo a modo de presentación, y el hombre me cayó fenomenal. Cuando un taxista lleva la cabeza rapada sin ser un skin head y escucha ópera de autor nordico sólo te puede conducir a un congreso de limpiacristales o a una sauna alopécica, me dije. Si además el taxi huele a ambientador del caro, no a esos de manzana que regalan en el Aurgi, el efecto confianza se multiplica.

“Discúlpeme, señorita, ¿pero puedo preguntarle, en mi atrevimiento, a dónde va tan elegante?”. Nótese que no me llamó señora, y nótese que tenía un deje a lo Siglo de Oro que fue definitivo. Empecé a largar en prosa y en verso mis planes con tal detalle que si el tipo hubiera sido el violador del chándal en versión calvo y bien ambientado, me habría hecho suya allí mismo. Pero no, el tipo sólo era calvo, como Mr Proper, como mis hermanos. Y para mí la calva es como una garantía ISO de esas del Ministerio de Industria (Gobierno de España)

Ya en el cine, mi amiga A y yo nos concentramos en atravesar la turbamulta y, tras equivocarnos de fila y butacas, algo que nos sucede a menudo y debemos hacernos mirar, saludamos a dos amigos calvos de ella, bien majos, y nos hicimos las longuis cuando pasaron otros dos bien provistos de pelo. Pero cuando tras una espera en la que nos dio tiempo a contarnos las confidencias de la semana, nuestras aportaciones a la humanidad y hasta cómo está el servicio, hicieron entrada los actores, comprobamos que la mayoría tenían las cabezas bruñidas. Como somos dos linces nos dimos los titulares: “Esta es la noche de los calvos”. “Woodstock ha muerto”, “Bye, bye, laca y gomina”…y así hasta que empezaron los créditos. Porque a A y a mí nos dan un leit motiv y nos ponemos locas a crear en plan conejillo de Duracell con pilas de bajo consumo.

Lo siguiente es que me enamoré de ese calvo llamado Luis Tosar. Esa primera secuencia del preso caminando por el patio laberinto destinado a los peligrosos, con ese cuello tallado y esa calva majestuosa me dejaron sin habla (algo que sin duda agradeció mi amiga). Y no, no era el sex appeal del fauno encerrado en el chabolo o la camiseta de churrero lo que excitaron mis hormonas, que también, sino el poderío de una cabeza desprovista de protección, desafiante y desnuda. Tosar estaba en pelotas. Y un hombre en pelotas no engaña. Si acaso, decepciona.

Del cine salí con dos conclusiones: una, si te gustan los calvos, nena, tienes muchas más posibilidades de ligar que nunca, pura estadística. Y dos: ya no podré hacerme la listilla con frases aprendidas del tipo: “claro, es cine español, ¿qué esperabas?”. Lo que vino después sólo lo saben Chicote, mi amiga y el gin-tónic que nos echamos al coleto mientras rivalizábamos con quién sabía más nombres de calvorotas sexys: Un dos tres, responda otra vez: Yul Bryner!!!