Mi querida Big Bang:

Una de las espinas de mi biografía es no haber participado activamente de de ningún movimiento digno de mención, si exceptuamos las revueltas educactivas donde destacó aquel tipejillo llamado el Cojo Manteca que rompía farolas a pedradas. Uno no es nadie si no puede subirse a algún carro global, aunque sea la Santa Inquisición, los descamisados franceses, el Ku Klux Klan o la Sección Femenina. Vale, sí, algunos de esos eran muy malos, pero peor es no poder hacer causa común más que con tu vecina cuando prepara magdalenas o mete unos castigos a sus chukis de no te menées.

Anoche escuché en la radio a varios de los supervivientes de la Movida madrileña. Eso sí que moló. Desenfreno, drogas, pop y temazos que bailé como una loca con el uniforme del cole y las coletas bien tirantes y atadas con goma de huevera, esa tortura que nos im-ponía mi madre. De haber nacido unos años antes, podía haber entrado al Rock-Ola, ese antro negroide de perdición tan atractivo que se encontraba a sólo unos metros de mi colegio de curas y donde siempre había tres o cuatro putas tristes y un puñado de modernos con pantalón pitillo marcando vena. El colmo de la transgresión.

Aquel año de mi COU solía sentarme cerca de la ventana para vigilar la flora y fauna que poblaba el Rock-Ola y tarareaba aquella canción de Mamá que hicimos nuestra: “Yo la recordé con coletas y calcetines blancos, volviendo de su colegio, abrazo en el rincón, temblando de emoción, bájaba el andénnnnnnn y me la crucé, me reconoció, o tal vez no, hora punta en el metro”.

Mientras nosotros estudiábamos latín y proyectábamos unos ejercicios espirituales que nos iban a dejar el alma blanco nuclear, ahí afuera estaba real life con sus tetas recauchitadas, sus pelos mal teñidos y siempre el pitillo en la comisura de los labios. Esa gente vivía intensamente, me decía yo -“rosa-rosae”- y nosotros somos señoritos virtuales y adiestrados para el orden y concierto, cachorros de Aldous Huxley diseñados paara poblar un mundo feliz sin tentaciones que exigieran penitencia ni confesionario.

¿Y si me invento que yo también transité la Movida?, urdía mientras Álvaro Urquijo aseguraba en las ondas que su hermano no murió de drogas, sino de pena. Total, de tanto oírla me la sé de memoria y una vez entrevisté a Paquito Clavel. Y total, también somos lo que imaginamos que fuimos, aderezado con unas gotas de deseo y otras de nostalgia. A fantasiosa no me gana ni Antoñita, y si me dan pie puedo cantar todo el repertorio pop de los ochenta sin cambiar una sílaba.

Y “con mi pensamiento sigo el movimiento de los peces en el agua….”