Mi querida Big-Bang:

Hay algo en las novelas japonesas que se regodea en el detalle. No en cualquier detalle. En uno que te exaspera porque no sabes a dónde va a parar. Para curar mi natural impaciencia me entrego a lecturas del imperio del sol naciente, y así me va. He empezado dos. Una es un libro de poemas escritos por ella (nipona) y traducidos por él (español cañí). “Bueno, en parte -me aclara el editor- porque luego se divorciron y el traductor se fijó en otras”. O sea, que se beneficiaba a las autoras, le aprieto. “Pues algo así…”¿Y los detalles?”, pregunto. “Tú eres un poco morbosa, chati, yo qué sé. Supongo que seguirá haciéndoselo en verso y en prosa con alguna de ellas”.

El seductor de poetisas me parece provocador como título de algo y me lo apunto. También la idea de que un traductor se ligue a la artista y traduzca lo que le venga en gana. Pero, ¿y si en su impostura ella alcanza la fama mundial? ¿Qué hará el autor? ¿sacar pecho y reconocer que fue un Cyrano zen? ¿seguir tirándose, con perdón, a la poetisa, como pago por los servicios prestados? ¿componer haikus para someter su furia y su arrebato?

El otro libro va de una japonesa histérica que regenta tres máquinas tragaperras y siente que cada vez que se aproximan los clientes sus pasos son amenazas contra su vida. La entiendo. Siempre he tenido la sensación de que si me ponía cerca de las vías del metro vendría un pirado a empujarme. Así que  suelo echarme para atrás, instintivamente. Como suelo aminorar la marcha cuando me cruzo con alguien de uniforme (aún no distingo a la policía de tráfico de la otra, así que retrocedo con todas, por si las moscas) Este gesto me iguala a Saeko, la heroína de las expendedoras (¿dije tragaperras?) y reconocerlo me pone en un nirvana tan eléctrico que pienso hacer dieta de sushi y sashimi toda la semana, más tofu para merendar. Así me saldrán detalles literarios por las orejas en lugar de chascarrillos madrileños de tres al cuarto.

También puedo pasarme a la literatura rusa, más acorde con mi paso militar. O seducir a un japonés de nombre Murakami y ofrecerme para una traducción libre de su diario. Usurpar siempre ha sido tentador. Y eso me lleva a Remington Steel, una de mis series B favoritas. En ella una detective sin éxito por ser mujer contrata a un guaperas sin oficio para hacerse pasar por ella y conseguir casos. Naturalmente se meten en líos y cada episodio chorrea una TSNO (tensión sexual no resuelta, ya sabes) que ríete de Luz de Luna (otro hit parade donde la chica de Bruce Willis era borde hasta la extenuación. Un desperdicio).

Te dejo, que hoy es lunes y debo tomar alguna determinación. Prometo ser cuidadosa a la japonesa, y discreta como una vietnamita. Hazme un casting de japos, si eso, que afilo mis uñas para esa traducción libérrima que me dará aperturas en los telediarios. Y manda pastillacas, no sea que termine como Mishima. ¿A que doy miedo?