Garry Winogrand Fundación Mapfre

Creo que uno debe experimentar la incomodidad para crear. Que la inteligencia es la adaptación a la tierra entre los dedos de los pies, y que me gustaría conocer a Deyan Sudjic.

Creo que la crueldad es el aliento de los cobardes y mezquinos. Que madrugar es una argucia necesaria para sorprender al cerebro en un estado de semiacorchamiento que le permita procesar incoherencias con un swing. Que los lunes nacieron para ponernos contra las cuerdas e impedirnos acomodarnos. Que tener un nombre impronunciable es ventajoso delante de un idiota. Que hay mosquitos que no mueren en todo el invierno (no en mi casa, al menos) y que alguien que dice cosas como “las ciudades tienen identidades más acogedoras que las naciones. Uno tiene el plano de la ciudad en la que ha crecido en la cabeza y luego lo utiliza para comparar el mundo” merece ser tenido en cuenta aunque seas incapaz de de deletrearlo: D-e-y-a-n S-u-d-j-i-c.

Creo que no hay nada menos narcisista que un fotógrafo que no se ocupa de revelar su trabajo y muere dejando 6.500 carretes sin tocar. Y años después tu llegas a la exposición  de Fundación Mapfre y encuentras el tesoro que es Garry Winogrand y esos anónimos -y conocidos- sorprendidos en el instante exacto, fugaz, que los hace excepcionales. Todos tenemos mil gestos idiotas y uno interesante que nos resume y nos condensa. El gesto Winogrand, en adelante.

Design Museum, Londres

Me gustó comprobar que las salas estaban abarrotadas, eso que ocurre a la llamada de un gran maestro de la pintura (reclamo para quienes no frecuentan el arte se animen a pasar un rato de domingo). La sorpresa superó a esa irritación de escuchar parejas explicándose lo que ven, como si el amor necesitara de un yeso estético para seguir admirando al otro. Volví a agradecer mis escapadas a mediodía en soledad, y que para explicarme el mundo haya tipos como Deyan Sudjic.

Que, no lo he dicho, es el director del Museo del Diseño de Londres. Y ayer mostró sus credenciales  en una entrevista magnífica en El País Semanal.

-¿Por qué los diseñadores más cruciales, los que idean coches, aviones o ordenadores, no son conocidos?
-No todo el mundo necesita escribir un manifiesto. Hay quien prefiere concentrarse en colucionar problemas que en brillar socialmente.

Creo que Sudjic se habría entendido muy bien con Winogrand, para quien la fotografía es el impulso de entender la historia a través de un clic. Los soldados de Vietnám en un aeropuerto, la banalidad de una estrella de cine asomada a un vestido. Dos hombres muy enseñoreados que en un gesto de caras cruzadas parece que están a dos segundos de besarse en la boca. Hay mucho sentido del humor, ironía y genialidad en esas fotos de ese hombre nacido en el Bronx.

A
veces siento como si […] el mundo fuera un lugar para el que he
comprado una entrada. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada
fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara.

 Y respecto al otro, necesito hacerme cuanto antes con su “B de Bauhaus” (Turner), un diccionario de la modernidad de carácter autobiográfico. (Los padres del autor nacieron en Yugoslavia y, cuenta, sólo cuendo perdieron la fe en el comunismo emigraron a Londres).

Creo que perder la fe es un acicate para revolverse y crear. Las vidas cómodas, de tardes apaciguadas y helado de vainilla, alumbran seres encantadores que se dejan estar. Para intervenir en la historia, grande o pequeña, hay que haber tenido un trauma. Grande o pequeño. Geográfico, étnico, circunstancial. Algo que requiera una ortopedia.

Pero esta teoría no es de recibo si tu nombre es pronunciable. Aunque tu teléfono reviente con más de ocho mil fotos que no eres capaz de trasladar a un disco duro y que resumen tu forma de estar en la glorieta mareante de la vida. Y sean un puzzle que algún día tus hijos compondrán y le darán un sentido que serás tú y tu tiempo. En tu ciudad que son muchas ciudades que pisaste. Encuentros por azar con esos hombres y mujeres que te regalan una clave que te permite abrir la siguiente puerta del acertijo. Y eso es a fin de cuentas la cultura. Un instrumento para gozar más a fondo, para responder a interrogantes que no existían hasta entonces. Un viaje por capas más profundas donde a ratos hace frío.

Porque hay que tiritar un poco para agradecer el calor de una estufa. Y no hace falta ser yugoslavo impronunciable para llegar a tan simple conclusión.

P.D. Me parece bien traído el Himno comunista de la Antigua Unión Soviética. Mi favorito en su categoría. Conviene escucharlo a tope. Te dan ganas de salir a conquistar un territorio o un corazón despistado.