Mi querida Big-Bang;

Acabo de decidir que la mujer de mi vida se llama Julianne Moore. Ayer la vi en Chloe, una peli que no me dejó ninguna huella salvo cierta envidia tiñosa por el atrezzo desing, la sólida languidez tremendista de Lian Neeson y la hiperbólica sensualidad de esa maciza púber llamada  Amanda Seyfried, con la que todos (y todas) nos iríamos a la cama después de los esfuerzos de Aton Egoyan por mostrarla en su carnal esplendor veinteañero plano sí, plano también.
Pero yo prefiero a Julianne con sus huesos perfectos y angulosos, sus tobillos extra finos y ese golpe de melena roja oscura. Una intelectomaciza pasada por el suero de la verdad. Con una mirada de lista que interpela: “¿Eres lo suficientemente bueno para estar conmigo?”.  A los veinte estar buena es casi una obligación. Pasados los cuarenta, una conquista que sólo se alcanza si al cuerpo se  le añade un buen andamiaje cerebral. O algo.
Con este claim en la cabeza, no me quedó otra que  despellejar a la púber con comentarios maliciosos y sutiles, del tipo: “De perfil parece un sapo, ¿no ves qué ojos tan saltones”. O “esta va a tener una madurez poco lustrosa, no como mi Julianne. ¡Si se la come en los planos compartidos!”. 
Después, en una fiesta, la conversación de los machos alfa iba por derroteros parecidos; Kate Moss sí, Kate Moss no. Las diosas, aunque esnifen, es lo que tienen. Animan los cotarros a distancia y forman bandos irreconciliables. Vale, Kate no es Julianne, pero tampoco Seyfried. Kate es única y codiciada en su gloriosa imperfección. Su predisposición al vicio le otorga una vitola de Ave Fénix con microfalda y un pitillo en las manos. Todos querrían redimirla, pero no lo hacen porque en el fondo saben que sería como cortarle la melena a Sansón. Un desastre.
Y no sé cómo llegamos a las mujeres de Rubens. Carnales, pero no gordas. Pasadas por el filtro heterosexual de un genio amante de las guapas con un twist. Incomprendidas en el planeta 2.0. Pero que desde su lienzo parecen interpelar a las Kate, a las Amandas, a las Julianne: “Veremos cómo sobrevivís al paso de los siglos, chatis”.