“Hoy es el día más gordo de mi vida”

La frase me la regala mi amiga A. , que la acaba de capturar en la farmacia donde compraba sus probióticos. A. es de las que nunca sale de casa sin la red de pescar palabras. La farmacéutica se queja de que la báscula se ha convertido en su peor enemigo. Le auguro una existencia probiótica tortuosa, y me pregunto por qué no tira de adelgazantes mágicos si los tiene a disposición. Imagino un akelarre de farmacéuticas obesas que, tras metérselo todo en la rebotica, llaman al grupo especial de narcóticos de la Policía y se tumban a esperar que la química haga de las suyas y las mengüe hasta convertirse en un charco espeso.

-¿Te volviste a casar?
-No…
-¡Qué pena, con lo guapa que eres!

La frase se la dedica una vecina de toda la vida a una mujer divorciada que se ha dejado caer por casa de su madre con el propósito de recoger la correspondencia acumulada en las vacaciones. Las vacaciones de las madres setentonas comienzan el uno de junio y llegan hasta finales de septiembre. Son tan agotadoras que las hijas terminamos pensando que el ocio es un trabajo extra sin derechos sociales.

Pero a la vecina, octogenaria, no le interesa lo más mínimo el paradero de la madre, sino el estado sentimental de la hija. Y la mira con esa conmiseración de quien está convencida de que el matrimonio es un grado, y el segundo matrimonio una condecoración que constata que fuiste bregada a la batalla del amor. Con cicatrices, sí, símbolos del valor y del desgarro.

(A una vecina de tu madre de toda la vida le parecería más triste aún que fueras soltera, convengamos).

Las mujeres de ochenta son mis favoritas porque dicen lo que piensan dado que cualquier daño colateral apenas les rozará el brushing del peluquero. Una velada a su lado resulta encantadora, y te promete una conversación ligera y cremosa  que arranca en la situación política y termina, cómo no, en el corazón.

-Yo me casé dos veces. Con mi primer marido estuve varias décadas. El pobrecito murió, y mucho después conocí a P.
-¿Cómo fue ese encuentro? pregunta la curiosa divorciada.
-Estábamos un grupo de gente y un hombre le dijo a mi amigo A: “¿Quién esa mujer? Porque me pienso casar con ella”.
-¿Y?
-Esto fue en septiembre. En mayo estábamos casados.

La divorciada curiosa piensa en “El amor en los tiempos del cólera” y constata que las mejores frases son cortas y desprovistas de retórica innecesaria. Y que las mujeres de más de setenta que se enamoran tienen muy claros los porqués.

-¿Fuiste feliz con tu segundo marido?
-Muy, muy feliz. Todos mis deseos los hacía realidad, jamás discutíamos. ¡Y estaba forrado!