Pompidou de Metz, de Shigeru Ban

1.Ayer le otorgaron el Pritzker de Arquitectura a un arquitecto especializado en emergencias. Shigeru Ban, a quien no tenía el gusto de conocer, ha levantado techos en Fukushima, LÁquilla o Haití, y alterna sus encargos deluxe –El Pompidou de Metz– con trabajos al dictado de su conciencia. Aportaciones a la humanidad que parten de materiales disponibles en el terreno -cañas de bambú o papel- y erigen dignidad en forma de hogar para víctimas de huracanes, terremotos y cualquier puñetazo airado y desabrido del cielo. Siento inmediata simpatía y admiración por el asiático y me pregunto qué pensarán esos arquitectos manieristas que construyen para el asombro y la posteridad sin pensar, aparentemente, en el impacto tóxico de sus delirios opulentos sobre las personas y sus almas.

Capilla ardiente de Suárez

2. Una amiga de mi madre le manda divertidísimos wasaps desde su retiro en la costa donde a la descripción minuciosa de lo que ha comido y el precio ajustado del menú, suma el recorrido diario en kilómetros: “Voy con Pili, la alemana, de Marbella Puerto Banús ida y vuelta. Son 15 kilómetros diarios. Llego con las ingles retorcidas“.  Las chukis y yo nos partimos de risa imaginando esas ingles, y yo le pregunto a mi madre cómo es posible que una alemana se llame Pili. “Es que lleva muchos años en España”, responde. Y se queda tan ancha.

3.Como con J. y en un momento dado le confieso cómo me conmueve su relación con su novio, tantos años después. Él me coge las manos, como acostumbra, y tras quitarle mérito al asunto asegura saber que si le pasara algo fatal, el peor destino imaginable -una parálisis tal vez- P. estaría a su lado y lo cuidaría siempre. “Yo haría lo mismo, creo, pero siempre es más fácil creer en el otro que en uno mismo”. Me quedo colgada de la frase y apuro mi ensalada. ¿Amar es creer en el otro incluso más que en uno mismo?.

4.Retomo el libro de David Eggers “Un holograma para el rey” (Mondadori) y aprecio su ironía, su agilidad y esa mirada de soslayo que encierra cierta compasión despiadada por el protagonista. Pero, por segunda noche consecutiva, no me excita. Le doy tres bostezos de margen y me sumerjo en la radio, como hacía mi abuela con su “transitor”. Despierto sobresaltada y noto que me he dormido escuchando a unos señores ex ministros de Suárez, Marcelino Oreja y Abril Martorell. Contaban que era muy exigente, pero muy amable. Me parecen dos adjetivos prometedores y a rescatar en medio de esa vorágine panegírica y grandilocuente que nos acompañará toda la semana si los dioses de la buena muerte no lo impiden.

5. La pizpireta C. anda por la redacción pidiendo que alguien la acompañe a la capilla ardiente de Suárez. “No es por él, verás, es que me hace mucha ilusión entrar al Congreso por la Puerta de los Leones“. C. es de Fuenlabrada y tiene un gracejo local tan divertido que a menudo voy a su sitio con cualquier excusa boba. “A ver si encuentras un hombre que te lleve a Fuenlabrada, mujer”, le digo alguna tarde justo antes de que ella emprenda su larga excursión de vuelta a casa. “A mí sólo me lleva la B-2”, responde lacónica con su media sonrisa. C., además de ser del sur de Madrid, es autora de la acepción más inaudita del verbo “improvisar”: ponerse sujetadores con relleno. “¿Qué, hoy has improvisado poco, no?”, le digo observando su delantera con descaro. Y ella se troncha, se ajusta la camiseta para que compruebe el grado de improvisación y después sigue a lo suyo.

6.Martes, 25 de marzo. Tal día como hoy nació la Unión Europea, en 1957. Es una de las fechas que siempre recuerdo porque debí estudiarlo con ahínco. La formaban Bélgica, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo y Alemania. Compruebo qué contaba el NODO ese día en España. Sin duda, éramos marcianos.