Bronte enfermero

Y entonces algo superior a tu voluntad más terca y militante te detiene. Te para como un guarda malhumorado en el cruce de una calle inhóspita y llena de viandantes decididos a ultrajar al destino a manotazos. Esos que eres tú tantas veces, el pie enredado en un empeño inútil que se pega a la suela como chicle.

Te para, por ejemplo, un retraso del vuelo en un aeropuerto a esa hora tonta que no es ni de comer ni de cenar. Te para el colapso de la sala de espera del gestor, sellos de tinta y firmas desganadas, olor a colonia a granel mezclada con sudor.Te para un accidente patinando un domingo cualquiera, la melena tan rubia desbocada y al bies.

Te paran los virus y bacterias que ha traído al galope el calendario.

Varios días toreando su zumbido de acoso, hasta que te rindes y caes como toro apuntillado sobre el  sofá solícito y dejas que te cubre la manta cariñosa color cámel. Y luego el bodegón tan  conocido: El brebaje de hierbas con jengibre, el Paracetamol bebible que sabe a golosina para adultos. Los tissues de papel en remolino. La mente espesa como un yogur griego bien pasado de fecha. La casa con sus ruidos guturales de motor de nevera y cisternas ajenas, el roce sin piel de los fantasmas domésticos en horario de oficina, esa extrañeza…

Elogio del tiempo detenido, de eso quiero hablar hoy, no del catarro. De ese pulso liviano que duerme bajo el impulso loco que te saca a la calle y a la vida con la agenda repleta de batallas. Y entonces eres tú varada y embutida en tu cómoda ropa de algodón, olor a incienso canela y a jarabe con codeína. Y tu Bronte enroscado en las corvas de tus piernas como un tétrix solícito y peludo. Escalofríos que son el Yin y el Yang en  cortés alternancia. Picor en la nariz, ayer altiva.

Y la fiebre de apenas unas décimas te pone a contestar los mails como una metralleta. Y ves que podrías pasarte las mañanas sólo dando respuestas, tan claras y concisas como te lo permiten estos dedos. Y qué secas las manos, ¿dónde estaba la crema? Y casi sin querer lo ves tan claro, que entiendes que la distancia no es el olvido del bolero, sino la perspectiva necesaria, líneas de fuga y el punto jubiloso del “eureka”. Las ideas en tromba, y una cierta confusión tan bella en su miseria como las boinas grisas de este Madrid avaro de lluvias que obliga a los conductores a sofocar sus bríos a 70 kilómetros por hora. Otra fórmula de tiempo detenido, o al menos prisionero de unos tirantes  invisibles de poderoso acero.

Quien inventó el catarro bien sabía que hacía un gran favor a los que corren. Una estación sin tren es un poema feliz, un carboncillo en ascuas con figuras humanas que se deshilachan y sacan el tabaco del bolso, las almendras o los caramelillos de menta del último rincón. Esperando por decreto, en una dictadura de microbios y tiempo detenido.

Diría que una casa en horario de oficina tiene algo de aventura secreta, de hipérbole de culpa con olor a caldo de gallina. Y sin embargo hoy he llenado el cuaderno de palabras con miel mezcladas con ideas y he hecho gárgaras ácidas delante del espejo en la penumbra.

Y he robado una frase a Mircea Cartarescu que lo resume todo y lo enaltece: “Hoy es solo un triste malentendido”.