Sostiene Miguel Poveda que es inseguro, “pero arriesgo para sentirme vivo“. Incorporar la duda me parece un ejercicio de madurez necesario. Enfangarse en ella como en un mar de engrudo,  un delirio evitable.

Hay inseguros que castigan a los demás para evitar ser descubiertos y señalados con el dedo. Y seguros kamikazes que sólo después de haberse lanzado en paracaídas recuerdan que no comprobaron dónde estaba la anilla de seguridad. Ni siquiera si existía. En la zona de los grises y con los años te das cuenta de que sin duda no hay vuelcos en el estómago, sin riesgo eliminas la sensación de la victoria (y sí, el pellizco de la derrota). Pero las dos te hacen sentir estrepitosamente vivo.

Vuelvo a Miguel Poveda y a esos viajes sola, a menudo perdida en algún punto indeterminado de la N-1, degañitada de cantar “A Ciegas” con unos gallos que ríete de los de corral. Cantar a solas y a gritos es tan liberador como tirarse de un avión en  marcha, pero sus consecuencias son algo más llevaderas. En el peor de los casos te sorprendes a ti misma en una escala inadmisible para la norma ISO del bel canto más elemental. Pero ese rato de grito ostentóreo, primigenio, bestial es tan intenso que te quita mucha tontería del ego (egoestupidez, en adelante) y comprendes que con esa certeza -“canto como un perro afónico”- puedes tirar millas, kilómetros a gritos y acariciar al fin una certeza: esto no es lo mío, pero me hace disfrutar.

Hasta hace poco hacía aquello que se me daba bien (perderme, improvisar menús, partirme de risa). Mi plan povediano  consiste en ser díscola conmigo mismo y explorar con más frecuencia territorio duda. “He descubierto que mi zona de confort está en salirme de mi zona de confort” me dijo alguien el otro día, y me pareció muy bien. Admiro a los valientes tanto como me protejo de los inseguros que pueden arrastrarme en su caída. Nada me complace más que encontrar a alguien que confiesa su debilidad sin amargura. Mi choferesa P. es una de esas personas. Hace unos días, hablando de cómo ahora a muchos niños los diagnostican de trastorno de hiperactividad, sentenció: “Porque cuando yo era pequeña no se sabían estas cosas, pero fijo que yo hubiera sido objeto de estudio”. Y pisó el embrague con sus pies descalzos y sus uñas pintadas de rojo.

Para terminar expongo algunas de las certezas que he acumulado a lo largo de mi vida (y ya pasé el ecuador, así que no debería tomármelas a broma), por si pueden servirle a alguien de algo (como hacer escarnio, befa y mofa de su autora. Una función como otra cualquiera). O para que os animéis con vuestra lista. Es como tirar de la anilla sin que te explote una mina en la cara.

1.Se me da mal el dibujo clásico. Por eso debo concentrarme en el collage cuando me invade el arrebato de artista que llevo dentro.
2.Soy master en soledad bien avenida. Las compañías que no busco se me antojan insoportables y e vuelvo mohína. Debo perfeccionar el arte de declinar propuestas sin resultar grosera.
3.El color rosa me sienta como un tiro. Y la gama de marrones me echa diez años encima. Concentrémonos en el negro, azul marino y el rojo como paleta base.
4.Mi ideal romántico es falaz y jodidamente inútil (con perdón). Y eso que nunca procesé la religión de Disney ni a los principes amanerados de los cuentos. Pero sí, a veces querría ser rescatada de algún malote feo, y dejarme cuidar y comer las perdices.
5.No me sienta bien el zumo de naranja al despertar. Sí, que es muy sano, sí la vitamina C y sí “bébetelo antes de que se escapen las vitaminas”. Pues no pienso hacerlo nunca más. Lo mío es la cafeína, droga en vena para la que no hay que peregrinar a ningún poblado.
6. Soy, lo que más soy, una mirona intempestiva. Y luego escribo lo que veo, a borbotones. A remolinos. A la intemperie de la madrugada fría.
7. Mi patria es la amistad. Y mis hermanos.
8. Cuando algo no me gusta, me retiro. Pero a veces entretengo demasiado la salida. Y no debería, creo.
9.Para vivir abrazos, la música y los libros. Latas de mejillones, foie hasta enfermar de sutil delizadeza hipercalórica, ensalada de tomate con aceite deluxe y cerveza helada.
10. La sensibilidad es un regalo, aunque algunos intentaron hacerte creer que era el síntoma de una grave enfermedad.

Puedo seguir, pero la ducha me reclama. Prometo completar la lista en breve. Y declaro abierto el plazo de la duda. El día Mundial de la Certeza. O del paracaídas, tanto da.