Don Jacot. Hora punta

Me siento profunda y dramáticamente hiperrealista desde que ayer fui al Thyssen a visitar in extremis esa exposición que termina mañana domingo donde, a fuerza de mostrar las cosas como son, los artistas consiguen que dudes de ti mismo.

De acuerdo, ya lo sabíamos. Nada es lo que parece, así que cuando te muestran los detalles más nítidos de un objeto, tu retina se resiste a creer en lo que ve. Hiperreal es un accesorio del escepticismo, se me ocurre. Si miras tanto y tan al detalle hay un instante, una sacudida, de absoluta pérdida de fe. La vida, lo sabes, nunca es transparente como las aguas de una playa de Formentera, ese lugar soñado que recorrí una vez en bicicleta, sorprendida de la existencia de una cualidad óptica tan pura que parecía salida de la mente perversa de un técnico de imagen digital.

Desde que existe la fotografía retocable dudamos de lo que vemos. Con un clic cambias el contraste, cambias el color, eliminas el rojo vampiro de las pupilas, acercas el plano, lo alejas, introduces filtros de color, resaltas foco. Te sientes dios o un diablillo juguetón capaz de despistar al voyeur más avezado.

Blow up y close up. Esa es la cuestión. Ayer Blanca Uría, del Thyssen, nos  conducía como un duende por las salas de la muestra Hiperrealismo 1967-2012 ayudándonos con sus magníficas explicaciones a entender que lo que mirábamos no eran cuadros sino espejismos. Aproximaciones obsesivas a la realidad que nunca fue. Un motel de carretera somnoliento, un tarro de golosinas de colores vibrantes, medio cuerpo de mujer semidesnuda. Tan reales como embusteros. O eso pienso yo después de llevar un rato enfocando libros y quincallas de mi salón con un afán hiperrealista que me ha dejado mareada.

Richard Estes

Solemos mirar las cosas en un barrido global que nos permite retener apenas unos detalles. La memoria es el adjetivo que recuerdas despues de haber olvidado pronombre, verbo y conjunción. Un destello, un rayo de tormenta que te perfora la cabeza y es un verso. Mirar es seleccionar eso que nos hiere menos. El conjunto empastado de formas y colores que sólo cobran sentido en el que mira, y no coinciden jamás con lo que ve el de al lado.

Visto así, suena inquietante. No hay visiones unívocas, el tú y el yo no se encuentran jamás en el mismo motel ni deshacen la misma cama. 

Me siento, repito, inquieta e hiperrealista y ya no creo en casi nada. Los impresionistas me parecen unos tipos enrollados que desgranan pinceladas sin contorno y permiten que tú construyas un final que siempre es abierto. Los hiperrealistas, por el contrario, son dictadores. Unos seres malvados que te juran por su vida que lo que está es lo que es, y si tú no lo ves es que tienes un problema.

El hiperrealismo, ahora lo sé, te condena de por vida al diván.

Tom Blackwell

Así que vade retro a Richard Estes, John Baeder, Robert Bechtle, Tom Blackwell, Chuck Close o Robert Cottingham.  Sois responsable directos de que esta mañana, y por un tiempo negociable, sólo crea en lo que toco. En el roce de una mano por mi espalda. En el trago caliente del café. En que es sábado y  huele a árbol húmedo y a trinos de jilguero.

Cierro los ojos, no quiero mirar más mentiras. Hoy profeso la fe de las palabras y la del corazón.

(Pd. Aunque no lo parezca, juro que la exposición me gustó mucho, pero he elegido centrarme en los daños colaterales)

Pd.2. Me repito con la música. No se me ocurre nada mejor.